EL LAMENTO DE JOHN DRAKE


Del diario de John Drake, 1 de Sirrimot 422 D.C.


Nunca he sabido y nunca sabré lo que es tener una vida normal. Desde muy pequeño, crecí en un ambiente privilegiado, y aún así exigente.

Nadie me ocultó nunca que mi padre en realidad no es mi padre, sin embargo, el anciano ciego que me educó y me enseñó las primeras lecciones en este mundo lleno de peligros, se merece ese apelativo con todos los honores.

No sabía dar aún pasos seguros sobre la tierra, cuando me llevaron a vivir a la fortaleza de Farrel, allí conocí a un grupo de personas fantásticas, lo más cercano que jamás tendría a una familia. Fui presentado ante el señor Winston, Ministro Secreto del Rey, quien se encargó de darme lo suficiente para que recibiera la mejor educación para la labor que debía desempeñar. Fue él quien me introdujo ante el maestro Ohaka, mi primer instructor de combate, clase que compartí con el único hombre que podre considerar mi hermano, y la única mujer que he llegado a amar.

Los gemelos Quest eran hijos del señor local, recibían el mismo entrenamiento que yo, un hijo adoptivo de uno de sus embajadores, vivía bajo su mismo techo, comía su misma comida, aprendía sus mismas lecciones, sólo que, como más tarde descubrí, yo lo hacia mucho más rápido. De niño nunca entendí el odio visceral que despertaba en el guardián de la familia real, aquel mítico guerrero llamado Warshak, necesité años para descubrir que el pertenece a una raza especial, aquella que mi toque podía destruir, y que mi labor en el futuro sería ocupar su lugar de trabajo, cuando el hijo mayor del rey, subiera al trono.

Tendría poco más de seis años cuando vi por primera vez al viejo maestro Shang presentarse ante la puerta de la clase del maestro Ohaka. En ese momento no comprendí porque debía irme de la clase que compartía con Roger y Dana o porque ellos no vendrían conmigo para ser entrenados por el maestro Shang. Es muy poco lo que puede entender un niño a esa edad, excepto que estaba locamente enamorado de la hija del rey, y que sabía que jamás seria mía.

En el fondo albergaba la esperanza de que cuando Roger subiera al trono, las miradas se alejaran de Dana, y entonces pudiéramos tener algo de tiempo para nosotros. Yo sabía lo que despertaba en Dana, lo sabía de la misma forma en que los de mi especie pueden saber cuanto miedo tiene una persona en el corazón, cuanto puede correr o que tan bueno es luchando, es información que recibimos con sólo una mirada.

Lo que aprendí en la clase de Shang me alejó mucho más de ella. Era un estilo cómo nadie había visto nunca, un arte tan oscuro y secreto que sólo podía servir para convertir a un hombre en el mejor asesino del mundo, ni que decir lo que se podía hacer con un ser cómo yo. Sin embargo, mi esperanza de poder compartir mi mundo con Dana, persistía, y lo hizo hasta aquel fatídico día en que Roger disparó sobre el hijo del Barón de Brizo.

Roger nunca gustó del entrenamiento formal y las rígidas normas que su padre quería implantarle, el Rey quería que su hijo fuera un Paladín, y Roger disfrutaba más aprendiendo a pelear sucio entre los barbaros Que–Shu y practicando con las armas secretas de los enanos que con las justas de lanza de los caballeros.

No me sorprendí cuando vi que se presentó a la amigable liza sin vestir su armadura, tampoco cuando pidió que aun así se celebrase el torneo, dado que las lanzas eran de fogueo, y que todos conocían la intrepidez del joven príncipe (algunos lo llamaban de cariño el príncipe “audaz”), pero nadie esperaba el estruendo del disparo de revolver que frenó la carga del joven Barón de Brizo. El desprecio del rey fue inmediato, llamó cobarde a Roger, algo que jamás había sido, lo expulsó del palacio y lo despojó de cualquier título, asegurando que desde aquel día el sólo tenía una hija.

Ese mismo día yo perdí a un amigo, un hermano que se fue de la casa con una sola frase de despedida “hay retrógrados que no admiten el progreso”. Fue esa misma noche cuando trepé al balcón de Dana, le dije lo que sentía por ella y cómo esperaba pasar mi vida a su lado, fue la misma noche que pasamos juntos en la cama de la habitación con techo de cristal, construida por el Rey Adam para que su esposa viera las estrellas cada noche, lástima que la reina hubiera muerto al dar a luz a los gemelos. Esa noche no dormimos, y por un segundo, me creí un rey, mientras pasaba las horas en la cama de la princesa de Valentharia

A la mañana siguiente, Dana fue nombrada sucesora al trono real, todavía recuerdo sus ojos llenarse de lagrimas al oír la proclamación de labios de su padre, yo sabía lo que eso significaba, un asesino no se casa con una princesa. Aun no acababa la mañana cuando partí en mi primera misión con el maestro Shang, debía eliminar a un enemigo del trono, y para mi, en esos momentos el trono sólo significaba una cosa, Dana. El enemigo era un ninja Rakasta, duró en mis manos poco menos de quince segundos, yo no tenía 16 años.

Con el tiempo me acostumbré a ver a Dana desde lejos, se convirtió en campeona de los Paladines de la Tormenta, obtuvo el rango de Capitana, la corte se mudó a Long Ridge, alejándose mucho más de mi, pero siempre tuve esperanzas.

Vigilé a Roger a la distancia, lo vi convertirse en ladrón, viajar por este y otros mundos, tratando de hallar su camino en la historia. Lo vi fortalecerse, hasta el punto en que podía ser un héroe si así lo deseaba, y ese era mi sueño, que algún día regresara a la casa real cubierto de gloria, que el Rey Adam lo aceptara de nuevo y quitara de los hombros de Dana aquella sentencia que la alejaba de mi.

En todos los años de servicio a la corte, sólo he cometido un error, y fue por vanidad, construí un arma para mostrar que podía igualar la habilidad de los antiguos enanos, y esa arma cayó en manos enemigas.

Hace poco fui en una misión a destruir la fábrica de ballestas de alta repetición de los Caballeros de Neraka, y Dana vino conmigo. El viaje fue una multiplicación maravillosa de aquella noche en la fortaleza de Farrel, incluso habíamos decidido que una vez terminada la misión, no volveríamos a Long Ridge; Krynn  es un mundo muy grande, ya encontraríamos un lugar donde Warshak no diera con nosotros.

La misión fue un éxito, volamos las válvulas que contenían el volcán en donde se hallaba la fábrica, pero uno de los guardianes, un constructo de metal tenía un arma, una de mis ballestas. Sólo hizo un disparo, una carga explosiva que arrojó a mi dulce Dana contra la lava. Creo que el ninja Rakasta duró mucho más que el constructo, pero los constructos no sienten dolor.

Nunca había sentido mi vida tan vacía, sin Dana, no hay esperanza, pero una cosa es segura, alguien debe ser responsable por todas las muertes ocasionadas por esa arma, alguien además de mí.

Nunca he sabido y nunca sabré lo que es tener una vida normal, ahora menos que nunca…


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