NO HAY SUFICIENTES SOLDADOS

La inspiración para este cuento me llegó en Sao Paulo, Brasil; mientras estaba encerrado en una habitación de hotel viendo en portugués a Silvester Stallone interpretar a Rambo en Primera Sangre. 
Terminé de escribirlo unas semanas después, en Medellín. Tiempo después mi amigo Ricardo me ayudó a publicarlo en el periódico El Meridiano de Córdoba. Por supuesto es mi homenaje a un personaje que siempre he admirado, el arquero del bosque de Sherwood.


Lo que me despertó no fueron los gritos ni el correr de los hombres cargados de armas, eso ya se ha vuelto rutina en esta región, ya sea en el día de san Benito, en el de recolección de impuestos, o los domingos en que debemos ir a la iglesia o servir al señor local, ya lo dije, rutina. Pero aquel sargento me sacudió por el hombro hasta sacarme del profundo sueño en donde me hallaba al tiempo que lograba arrancarme del mullido jergón de paja en donde reposaba en aquellas horas de la tarde.

- Levántate holgazán – Gritó cerca de mi oído para capturar totalmente mi atención. Y apunto estuve de darle un buen golpe en la nariz de no ser por aquel compungido sacerdote que lo acompañaba.
- A prisa hijo, todos los hombres deben ayudar en la persecución del ladrón del dinero de la iglesia, no tenemos tiempo que perder. – recitó el cura a quien se veía de verdad deseoso de emprender aquella persecución en la que yo jugaría mi parte.

El grupo de cazadores que encontré a la salida del granero no era una imponente armada, sin embargo, tampoco podía tomarse a la ligera. Estaba compuesto por una docena de soldados de la baronía más cercana bajo el mando del sargento que me había despertado, cuatro o cinco mozos de cuadra que cómo yo fueron reclutados a la fuerza y un caballero montado, seguramente un hombre de armas enviado por el barón para calmar al cura que dirigía aquella aventura.

El sol tardaría un par de horas en ocultarse y el sargento discutía las posibilidades con el caballero montado cuando los interrumpió uno de los mozos de cuadra, y debo agregar que a punto estuvo de llevarse una buena patada en el trasero de no haber ido al grano con información importante.

- Mi Lord, el tipo atravesó la arboleda, subió por las rocas hasta el risco, está acorralado; pero si se pone el sol escapará, hoy es noche sin luna. –

Era un muchacho que no había visto antes, de cabello rojizo y pecas en el rostro, fuerte, risueño y de buena dentadura, no era del pueblo, por lo que presumí que debía acompañar al cura y evidentemente sabía rastrear a un hombre en la arboleda. El risco al cual se refería era una peña alta, con rocas grandes en su cima y en su base, pero a la cual se accedía por un camino estrecho y lodoso que dificultaba el asenso y para el cual había que atravesar una arboleda espesa de buenos robles ingleses. Desde ese risco podías divisar buena parte de la región y su eco alcanzaba casi todo el valle.

- Ya lo escuchó sargento, está rodeado y sin flechas, es hombre muerto - Rugió aquel caballero con la sonrisa de triunfo en los labios segundos antes de espolear su caballo y gritar – En marcha, sólo es un hombre con un cuchillo de monte. –

Fue el chico pelirrojo esbozando una sonrisa de medio lado quién guió la partida por la arboleda hasta la base rodeada de peñas grandes de aquel risco, el escenario parecía el último colmillo de un mastín gigante abriendo una boca desdentada hacia el valle debajo de él y debo decir en defensa de los soldados que en ese momento se sentían emocionados, casi eufóricos. El sargento los formó en la base del estrecho camino lodoso entre peñascos tan altos como un hombre antes de que el caballero montado en su corcel diera la que sería su última orden.

- Ahora remedos de soldados, subamos a ese risco y traigamos a ese ladrón a la justicia del rey. – y entonces fue cuando ocurrió, la flecha le atravesó el cuello y sobresalió de este en dos terceras partes de su asta arrastrándolo al caer ante los gritos de espanto de los soldados formados. En su caída la misma flecha atravesó el abdomen de uno de los soldados que intentaba huir quien cayó sobre otro más a quien le perforó la parte posterior de la rodilla. Tres hombres con una sola saeta.

A la fecha no se si el arquero planeó el tiro de esa forma o si fue simple suerte, pero la cima de aquel risco estaba al menos a media milla de distancia y entre la niebla del atardecer aquel sujeto no era más que un punto negro contra el cielo, el sólo hecho de acertarle al caballero en el cuello era una proeza digna de los cuentos de hadas. Así que ante aquel espectáculo y frente al cuerpo muerto de aquel caballero cuyo nombre jamás conoceré y los gritos de dos hombres unidos a él por el asta de una flecha, todos hicimos lo que cualquiera haría, corrimos a cubrirnos entre las rocas.

- Usted dijo que no tenía flechas sargento – gritó desesperado uno de los soldados tras de mí.
- No deben quedarle más de media docena. – respondió el interpelado en vano llamado a recuperar la calma y confianza que se habían esfumado con aquel disparo.

Algunos pasos sonaron a nuestra espalda y pude ver a un par de soldados y algunos mozos correr hacia los arboles abandonando la persecución, entonces los entendí; media docena de saetas disparadas por ese sujeto eran más que suficientes para acabar con todos nosotros si podía repetir aquel disparo a voluntad, sin embargo, ese había sido un disparo único, la posibilidad de repetirlo no podía estar en sus manos.

- Los primeros dos hombres que lleguen a la cima de ese risco recibirán una moneda de oro, gritó el sargento al tiempo que empujaba a dos soldados por el camino lodoso. -

Aquellos hombres caminaron unos cincuenta metros camino arriba mientras el sol descendía lentamente en el cielo, por un segundo pude ver al arquero entre las rocas de la cima, entonces el soldado que guiaba el asalto resbaló hacia atrás en el lodo y el hombre que lo secundaba puso la mano derecha en su espalda para evitarle una caída. Sólo escuché los gritos de ambos y de repente vi la punta de la flecha que asomaba de la mano del segundo hombre, el arquero había repetido su hazaña, dos hombres eliminados con una sola flecha.

- Sargento – Gritó el arquero desde la cima, - El sol caerá en poco tiempo, y cuando llegue la noche, bajaré a castrarlo a usted y a sus hombres, les arrancaré la cabeza y me comeré sus ojos. –

No tuve que voltear a ver los hombres que corrieron hacia la seguridad de la arboleda, y tampoco necesité seguirlos para estar seguro de que no se detendrían ahí. La sola imagen de aquel cuchillo de monte de una cuarta de largo y cuatro dedos de ancho también me había helado la sangre, pero la curiosidad que despertaba en mí aquel arquero era mayor a mi miedo en ese momento, más que nada en aquel instante quería ver como terminaba aquella aventura, entonces fue cuando sonó el cuerno de caza; era un sonido hondo, profundo, casi lastimero que partía de la cima de aquel peñasco y corría por todo el valle, aquel sujeto estaba dando una señal y eso sólo podía significar una cosa en manos de un facineroso como ese, pedía refuerzos.

Miré rápidamente al sargento y vi la confusión en sus ojos, así que aproveché para susurrarle mis pensamientos sobre los refuerzos del arquero, y la reflexión que partió de sus labios bajó más mi moral.

- Sí pide ayuda es porque nos tiene miedo. – Dijo el Sargento lleno de orgullo. Yo miré a mi alrededor, al puñado de soldados que aún quedaba en pié y temblando, al cura, al mozo pelirrojo y su sonrisa de medio lado y entonces comprendí quienes éramos realmente los sitiados en aquel peñasco rodeado de arboles si llegaban los refuerzos del arquero.

- Debemos capturarlo pronto o irnos de aquí antes de que le lleguen refuerzos sargento, si ese tipo baja de ahí todos estamos muertos. – afortunadamente mi explicación metió algo de luz en la cabeza del sargento, pero yo no contaba con la interrupción del cura.

- No vamos a dejar el dinero de la iglesia en manos de ese truhán, no permitiré un abandono sargento.- sus palabras fueron interrumpidas por otro cuerno de caza, y luego otros 3, todos rugiendo desde diferentes partes del valle, como amenazas de ultratumba de fantasmas que llegarían con la oscuridad. Fue entonces cuando el cura corrió a la arboleda y lo perdí de vista entre los árboles, pero estoy seguro que no paró de correr hasta la seguridad de su claustro.

La luna rugió de entre las montañas al tiempo que el poco sol que quedaba caía en picada, hacía frío y la temperatura descendía con tal velocidad que amenazaba lluvia, los seis soldados que aún acompañaban al sargento, el chico pelirrojo y yo intentamos protegernos del clima, ya que el destino que el arquero nos prometía parecía ineludible. Entonces fue cuando ocurrió; diez veces más rápido de lo que puedo contarlo, dos hombres armados con arcos y un gigante que blandía una porra surgieron de la arboleda a nuestra espalda; nos sorprendieron en un primer momento y cuando el sargento intentó atacar al gigante con su espada, una flecha desde la oscuridad, pero doy fe que desde la cima de aquel risco, le atravesó el antebrazo truncando su ataque, la saeta atravesó el miembro casi en su totalidad y la punta terminó alojada en la cabeza de aquel sargento congelando para siempre su ataque con el brazo levantado. Fue entonces cuando uno de los malhechores, un tipo de tez morena vino por mí, ya me veía castrado, decapitado y sin ojos cuando el muchacho pelirrojo se interpuso.

-No es un soldado, - Le dijo – vino casi obligado, servirá para contar la historia…- Fue entonces cuando entendí su risa de medio lado y la tranquilidad mostrada durante aquella aventura.

Los años fueron benignos conmigo, aquella gesta me dio nombre y me ayudo a hacerme soldado, mi prudencia me mostró cuando luchar y cuando retirarme, y los años me hicieron sargento. Al arquero lo volví a ver hace unos días, está más viejo, ha ganado carnes, está un poco calvo, pero no ha perdido nada de su intrepidez; asaltó un convento en compañía del gigante de aquella noche y un sujeto de cabello rojizo; se llevó una novicia ante mis narices el domingo pasado, alguien me dijo hoy que ella había sido su prometida antes de los años de las cruzadas.

La abadesa al mando de aquel convento me increpó el motivo por el cual no intentaba detenerlo, yo sólo miré a los muchachos que hoy son soldados, una docena de flacos, mal nutridos, mal pagados y peor entrenados tipos bajo mi mando que temblaban de miedo al recordar la historia de aquella noche y quienes suplicaban con la mirada que no diera ninguna orden y vi al arquero junto al gigante y al pelirrojo caminar hacia la arboleda con la novicia pataleando sobre su hombro y un arco largo en su mano, entonces respondí:

-Lo siento abadesa, créame; no hay suficientes soldados. -

GAVILÁN
Medellín, enero 20 de 2015.

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