DARKSOLER: LA SEMILLA DEL BÁRBARO (CAPÍTULO 1)

 

CAPITULO I

LA SEMILLA DEL BARBARO

Dalemoon era la mas hermosa del grupo de muchachas que se habían atrevido a cruzar el río en busca de mejores pastos para su rebaño, su cabello era dorado y tan largo que golpeaba su cintura cuando andaba, y sus ojos eran del azul del cielo en los días de verano. Eran ocho, todas vestidas con las pieles tiznadas de azul de las tribus de Lowathan, debían tener entre catorce y dieciséis años, y la edad las había ayudado a ser imprudentes, seguramente sabían que no era sensato introducirse en las tierras al norte del río, esas tierras eran de los Bardar Hu, y ellos eran celosos de su territorio, nunca habían permitido incursiones de ningún tipo sin presentar batalla, eran hombres muy altos, fieros y fuertes, no cultivaban ni gastaban sus pastos en animales, ellos eran cazadores, guerreros; tal vez por eso sus tierras se hallaban aun verdes en lo mas fuerte del interminable invierno.

Ese precisamente había sido el argumento que termino de convencer a Dalemoon para acompañar a las otras pastoras mas allá del río, aunque las risas de sus compañeras le aseguraron que también ansiaban atisbar en la lejanía a uno de los feroces guerreros de anchos hombros, largas cabelleras rojizas y fríos ojos grises que tanto atemorizaban a sus padres y vecinos.

Los Bardar Hu  no podían ser tomados a la ligera, eran una tribu de bárbaros guerreros que ocupaban un área considerable de la región de los mil lagos, eran hábiles cazadores y los ricos reinos del sur los cotizaban a altos precios como esclavos o mercenarios, eso en el caso en que pudieran ser capturados. Su rey era llamado Darkozahr y tenia tanta fama de desalmado como su primogénito Dark-axtorm, lo que indicaba que los violentos ataques y saqueos de la tribu a las pacificas comunidades aledañas mas allá del río no terminarían una vez que el rey muriera y su hijo tomara su lugar.

Surbris era la mayor del grupo, y por lo tanto se sentía un poco la lideresa momentánea de la aventura, organizó la guardia en torno a las ovejas y alentó a sus compañeras a mantener las risas en voz baja y reducir las bolas de nieve al mínimo mientras encontraban un buen sitio para que su rebaño pastara, pero una vez que encontró aquel lugar tras las colinas cubiertas de nieve, donde pensó se hallarían  ocultas a la vista de cualquiera que patrullara el río, su vigilancia perdió rigidez y se dedico a los mismos juegos que sus compañeras. Ella nunca había acechado a nadie en su vida y la habrían sorprendido mucho las técnicas de los bárbaros del norte si hubiera tenido oportunidad de conocerlas.

-       La de cabello dorado es para mí – dijo Darkozahr a Kic-Travén en voz baja. La manta que los cubría del frío y al mismo tiempo los mimetizaba gracias a la cobertura de nieve sobre ella, dejaba muy poco espacio para que dos hombres rudos se llevaran bien por mucho tiempo.

-       Entonces tendrás que correr más que yo – respondió Travén. - Las reglas de la guerra y la cacería son muy claras, tu eres el rey, pero cada guerrero tiene derecho sobre lo que captura –

-       No me tientes a matarte aquí mismo – fue la única repuesta del bárbaro monarca a su compañero.

Se hallaban a menos de diez metros del lugar donde el grupo de chicas jugaban, eran un grupo de seis guerreros, formados por parejas y ocultos bajo la nieve, dejando solo una ligera rendija cubierta de pasto para respirar y vigilar. Los refugios estaban dispuestos de tal forma que pudieran cuidarse unos a otros para evitar que alguien atacara por sorpresa a alguna de las parejas.

La señal de ataque a los guerreros provino del silbato de madera de Darkozahr, al unísono y como si lo hubiesen practicado por semanas (de hecho no lo habían practicado, puro su tribu llevaba realizando la misma táctica por varias generaciones), seis gigantescos guerreros salieron de entre la nieve profiriendo el terrible grito de guerra Bardar. Las muchachas se congelaron por un par de segundos mientras sus cerebros intentaban comprender, de donde habían salido esos demonios cubiertos de nieve. Un instante después empezaron a correr.

No fue una huida planificada, las jovencitas solo corrieron en direcciones distintas esperando que sus perseguidores no las alcanzaran, y rogando a sus dioses que la muerte llegara rápido en caso de que así fuera.

Kic-travén se enfiló sin problemas sobre Dalemoon, ella solo le llevaba unos diez pasos de ventaja y eso era una distancia muy corta para uno de los gigantescos cazadores de las tierras del norte, disminuyó la distancia en menos de cinco latidos del corazón y empujo con fuerza a la muchacha que corría desesperada huyendo del bárbaro.

Dalemonn cayó rodando sobre la nieve, la táctica era tan antigua como infalible para derribar a un corredor, Travén aprovechó para sentarse sobre el vientre de la joven, así podría controlar sus brazos, golpearla hasta hacerle perder el sentido y tomarla allí mismo, después de eso, si Darkozahr aun la quería, se la dejaría sin problemas.

Dalemoon sintió el peso aplastante de los cien kilos del bárbaro en su abdomen, y por instinto buscó los ojos de su atacante, pero solo consiguió que Kic-travén le agarrara los antebrazos con más facilidad, el guerrero rió entre dientes como celebración anticipada de su triunfo, y se inclinó sobre el cuello de Dalemoon para percibir su olor.

La muchacha gritó al ver al otro guerrero aproximarse al sitio donde su atacante forcejeaba sobre ella con las pieles de su vestido. Era el hombre más alto que había visto en su vida, sus brazos gruesos como ramas de árboles, y su cabello largo y rojo como las flamas de los nueve infiernos, pero lo que mas la atemorizó fue la expresión de odio en su rostro. El bárbaro no tuvo tiempo de voltearse, en realidad no pensó que los gritos de la Dalemoon se debieran a otra razón que no fuera él mismo.

La espada de Darkozahr atravesó a Kic-Travén desde la espalda, y su punta se asomó por el pecho acompañada de un surtidor de sangre que baño a la joven pastora, la herida hizo que el moribundo inclinara la cabeza hacia atrás en un gesto de agonía, oportunidad que aprovecho el jefe bárbaro para cortarle el cuello con su puñal.

Dalemoon gritó horrorizada una vez más, a cada segundo que pasaba el panorama de su destino le parecía más terrorífico, lejos habían quedado para ella los momentos felices de su infancia al lado de su familia. Fue entonces que Darkozahr la golpeó, fue un buen golpe, directo a la mandíbula, no demasiado fuerte como para fracturarla, pero lo suficiente como para sumirla en una profunda inconciencia, un sueño que la llevaría a aquella tribu pacifica mas allá del río, junto a la pequeña familia de la cual era el centro de las atenciones, a disfrutar por ultima vez de aquellas cosas y personas que nunca mas volvería a ver. Si algo bueno debía darle ese sujeto en algún momento de su vida, de seguro fue el sueño ocasionado por ese golpe.

 

Cuando Dalemoon despertó, pensó que se había tratado de una horrible pesadilla, pero muy pronto sus manos sintieron las gruesas pieles que la cubrían, las cuales eran más que diferentes de las suaves telas que solía usar su familia. El segundo signo de alarma fue descubrirse desnuda en una habitación extraña y apenas iluminada, intentó moverse y le dolió todo su cuerpo, tenia profundos moretones en varias partes, y su entre pierna sangraba ligeramente. Intentó levantarse de aquel lecho sin hacer ruido, y pensó que lo había conseguido cuando la puerta de la habitación se abrió violentamente cegándola con el resplandor que dejaba entrar.

Su captor se encontraba en la entrada de la habitación, de pronto su desnudez adquirió un nuevo significado, pero antes de que el terror pudiera apropiarse de su mente, el individuo habló:

-   Vístete – le ordenó arrojándole unas pieles de color grisáceo. – mi nombre es Darkozahr, y soy el señor de estas tierras. Desde hoy eres mi mujer, si me das hijos varones, vivirás plenamente, si intentas escapar, te pasará esto…-

La frase fue seguida por el lanzamiento de un bulto redondo al lecho donde se hallaba la muchacha, el paquete rodó hasta ella dejando al descubierto la cabeza cercenada de Surbris. Dalemoon perdió el conocimiento al instante, pero esta vez no la visitaron sueños agradables, ya nunca más lo harían.

Cuando despertó estaba rodeada de un grupo de ancianas, ellas la vistieron con las extrañas pieles, calzaron sus pies con botas de piel de lobo, se aseguraron de hacerle comer una amplia cantidad de carne recién asada y un tazón de algún tipo de sopa grasosa. Luego la llevaron afuera de la pequeña cabaña de madera, y le hicieron recorrer el poblado entero, aun cuando la muchacha veía todo con horror.

Fue durante ese recorrido cuando Dalemoon comprendió que aun en el corazón de ese helado infierno donde se hallaba, existían seres bondadosos.

Las mujeres de la aldea la trataron con suma cortesía, peinaron su cabello y se esforzaron en presentarse ante Dalemoon una y otra vez hasta que ella logró recordar sus nombres, ellas le enseñaron que los Bardar Hu rara vez se bañan, pues las heladas aguas del norte suelen ser mas un peligro que una fuente de salud para las tribus del lugar, le explicaron entonces como restregar su cuerpo con nieve para limpiarlo, y así aprovechar para desinflamar los golpes y moretones de su cuerpo. La caminata finalizó frente a la puerta de la más desvencijada de cuantas cabañas habían visto durante el día, sus acompañantes se detuvieron a unos diez pasos de la pequeña casa como victimas de un hechizo, y al mismo tiempo urgieron a Dalemoon para que se aproximara a la vivienda.

-       Ve, pequeña. – le dijo una anciana de ojos grises y sonrisa cálida. – allí encontraras mucha ayuda –

Los pequeños pies de Dalemoon se encaminaron con lentitud hacia la puerta de la cabaña, todos sus sentidos estaban alerta esperando algún tipo de peligro. Nada de eso ocurrió, antes de que terminara el recorrido, la puerta se abrió, y un anciano de cabellos blancos la miró desde el umbral de la choza y le sonrió con ternura. El sujeto era bajo y delgado, y Dalemoon pudo ver al instante que carecía de la mano derecha.

-       No temas jovencita, no te haré daño. – Fueron las primeras palabras del anciano – mi nombre es Ci-lavok, solo soy un viejo, y quiero ser tu amigo.

Lo ultimo que podía desear Dalemoon era tener un amigo en esa tierra que había empezado a detestar, si toleraba a los ancianos hasta ese momento era por la confusión que sentía con todo lo ocurrido, pero ya empezaba a calmarse y a evaluar la situación, era consiente de lo que le estaba ocurriendo, sabía que era una prisionera en ese sitio, y que desconocía donde se hallaba su hogar, no quería morir como Surbris, aun cuando eso significara darle hijos a Darkozahr.

-       No pienses mas pequeña – insistió Ci-lavok – solo conseguirás confundirte, pasa a mi cabaña, aquí encontraras las respuestas que necesitas –

Dalemoon entró a la cabaña del anciano manco, adentro encontró un mundo distinto a todo lo que conocía, esa tarde, el viejo le mostró animales que nunca había sospechado que existieran, Ci-lavok los conservaba en pequeñas jaulas y los alimentaba. Durante toda la tarde le narró historias de cómo los había atrapado y de otros que habían escapado. También le contó a Dalemoon que los guerreros no volverían hasta el amanecer, así que no tendría nada que temer hasta entonces.

Las siguientes horas fueron felices para la joven, el anciano era gracioso, y se empeñaba en que ella riera a menudo, así como en enseñarle pequeñas cosas, como la piedra negra que atraía los objetos metálicos o el pedazo de cristal que hacia ver mas grande los objetos pequeños. Una vez que cayo la noche le mostró con su única mano buena las estrellas, y le contó sus nombres, y cuándo el frío fue mas intenso, preparó una espesa sopa utilizando unos hongos que tenia en una cesta, Dalemoon durmió profundamente, pero su sueño no fue tranquilo, solo volvería a serlo el día de su muerte.

 

-       ¡Despierta mujer! – fue le grito de Darkozahr – hay cosas que hacer, y que seas mi mujer no te da ningún privilegio – vociferó mientras le arrebataba las pieles que habían calentado el lecho donde había pasado la noche.

El gigantesco guerrero se veía enojado, estaba ataviado totalmente de pieles blancas, traía la espada atada a la espalda y en su cara había rastros de sangre seca. A su lado estaba una pequeña replica de el mismo, un niño de unos trece años, con el mismo pelo de color rojizo, las mismas ropas blancas y por supuesto el mismo gesto despreciativo y la misma mirada helada.

-       Este es mi hijo Dark-axtorm – explicó con orgullo el guerrero a Dalemoon – uno de tus deberes es cuidar de él, un día será rey de la tribu, y debe comer bien para ser fuerte, así que párate de esa cama y prepárale comida –

-       Párate de la cama – imitó el niño al tiempo que lanzaba una patada a Dalemoon a las costillas.

La joven se puso en pie de un salto e instintivamente se alejó del niño, lo que ocasionó la risa del guerrero. Buscó el rincón de la cabaña donde le parecía haber visto algo de carne y un horno, y se dispuso a asarla al fuego evitando así más golpes. Después del desayuno, Darkozahr la trajo hacia sí, le acarició los senos y le abrió la túnica de piel, Dalemoon no opuso resistencia, y quizás por eso, no hubo golpes, pero debió soportar la mirada del heredero de su señor mientras este la tomaba, pues el bárbaro no se había preocupado por alejar al muchacho de la habitación, entre los Bardar Hu, el pudor era mas bien poco, se consideraba que el sexo hacia parte de la educación que debían recibir los niños en casa, así que Darkozahr estaba cumpliendo con su labor y se empeñaba en hacerlo varias veces cada día.

Los días del crudo invierno se precipitaron al vacío del olvido con extrema rapidez, y la rutina de Dalemoon se limitaba a dar de comer a su esposo y al hijo de este durante dos días cada tres, que era el periodo que duraba la patrulla de cacería que organizaba el rey para sus guerreros, la cual solía terminar en golpes para la cautiva reina por parte del líder bárbaro antes de hacerle el amor. Durante el resto del tiempo se distraía con las otras mujeres de la tribu, entre las cuales había dos de sus antiguas compañeras de pastoreo. Las mujeres poco a poco se fueron habituando a su nueva vida, donde lo mejor eran las tardes en la cabaña de Ci-lavok. Allí tenían un espacio para estar juntas, para hablar sin temor a ser golpeadas e incluso para reír cuando había motivo para ello. Aun en el frío infierno que era el campamento Bardar Hu, había pequeñas dichas y alegrías.

-     ¡Niña! – le dijo la vieja Tickled a Dalemoon ante la sorpresa de verla correr a la puerta de la cabaña de Ci-lavok para vomitar el cordero que habían estado almorzando. – ¿Cuántas veces has vomitado hoy? –

-       Creo que tres veces – respondió Dalemoon – pero por las mañanas es peor. –

-       Ven aquí pequeña – le dijo Ci-lavok – déjame verte con cuidado.-

Dalemoon se dirigió hasta donde el anciano después de limpiarse la boca con un poco de agua del barril que mantenía el manco junto a su puerta. Ci –lavok la observo con cuidado, le palpó el vientre con su única mano y le acercó una modesta silla para que tomara asiento.

-       ¿hace cuanto que te sientes mal por las mañanas? – la interrogó el manco.

-       Hace poco mas de seis semanas – respondió Dalemoon – pero no es nada grave, ya mejoraré –

-       Claro que lo harás pequeña – agrego Ci-lavok sonriendo -  nos darás un hermoso bebé para cuidar y te garantizo que mejorarás. –

-       ¿estás seguro Ci-lavok? – preguntó Tickled – ¿no está enferma?-

-       ¡está tan sana como el mismo Darkozahr! – afirmó el anciano con orgullo mientras sostenía las manos de Dalemoon con la única suya – y entre todos te ayudaremos a que tengas a ese niño, y que sea tan fuerte como un toro.-

Para los ancianos de la tribu, la posibilidad de que el reinado de Darkozahr pudiera terminar en manos del hijo de Dalemoon no solo era una vaga esperanza de mejorar sus condiciones de vida, al fin y al cabo los inviernos en las tierras del norte eran en verdad duros, no era difícil que algunos guerreros adultos murieran durante las cacerías o repeliendo a quienes entraban a sus tierras, mucho menos que un niño como Dark-axtorm sufriera alguna enfermedad mortal, y aun cuando la formación de los varones de la tribu corría a cargo de los guerreros, siempre tendrían los primeros años de su infancia para ganarse el cariño del joven príncipe, así como a su madre para que velara e intercediera por ellos mas delante de ser necesario. Ya Ci-lavok pensaba en una mayor porción de alimentos para los ancianos durante la distribución, y en otros derechos que podrían conseguir, pero para eso, deberían pasar años, aun así era básico cuidar el estado de Dalemoon y fortalecer a su bebé, y de eso se encargaría él.

 

Los siguientes días fueron interminables para Dalemoon, no sabía como reaccionaría Darkozahr ante la noticia del embarazo y ahora tenía otro motivo para temer a sus golpes, la muchacha era de ese tipo de carácter que puede soportar los castigos y molestias que imponga una vida dura, pero no está dispuesta a permitir que sus seres queridos sufran lo mismo. Fue durante la tibia noche que llegó Darkozahr, azotó la puerta de la cabaña con suficiente fuerza para despertar a Dalemoon de su inquieto sueño, era evidente que estaba borracho. Arrojó hacia el extremo de la habitación donde se hallaba la muchacha una pequeña bolsa de cuero que pendía de su cinturón, y varias monedas y otros pequeños objetos de oro se desperdigaron sobre el lecho.

-       Es costumbre de mi pueblo, dar un regalo a la futura madre – le dijo a la muchacha señalándole la bolsa de cuero con una mano sangrante. – El tipo al que se lo quitamos, ya no lo necesitará –

-       No es seguro que esté embarazada – replicó Dalemoon con voz débil.

-     ¡Claro que lo estás! – le respondió el bárbaro con un grito. – Ci-lavok me lo ha dicho, y el jamás se equivoca en esas cosas, así que debes saber algunas reglas, si es niña, deberás decir que no es mía, estabas embarazada cuando te rapté, sería una vergüenza que el rey engendrara una mujer. Por otro lado, si es niño y nace fuerte, será mi hijo. Tu, las mujeres y los ancianos se encargaran de cuidarlo durante los primeros seis años, no deberá sufrir ningún accidente que le haga perder un miembro, por que ningún lisiado puede ser rey, el será la seguridad de que alguien de mi sangre heredara el poder de la tribu en caso de que algo le ocurra a Dark-axtorm –

-     ¿Qué quieres decir con, “si nace fuerte”? indagó la muchacha con temor, pues había descubierto que el rey bárbaro, rara vez hablaba por hablar.

-       Eso no te incumbe mujer, es una prueba entre mi hijo y yo, tu encárgate de que sea varón, ya los guerreros y yo nos haremos cargo del resto –

Mientras decía la última frase, Dark-axtorm entró con sigilo en la habitación, lo hizo como quien debía cumplir un encargo en un momento determinado, so pena de ser reprendido. El forzudo muchacho casi alcanzaba a su padre en estatura, y el rey superaba con creces los dos metros de altura, razón de más para temer una de sus palizas en caso de desobedecer una de sus órdenes. El joven guerrero se situó tras su padre, pero hizo el suficiente ruido para que este supiera que se hallaba allí.

-       Desde hoy… - explicó Darkozahr a su mujer dirigiéndole una corta mirada a su hijo. – nadie te lastimará, ni a ti ni al hijo que esperas, a menos que intentes huir de aquí, en ese caso ambos morirán –

La frase había sido una advertencia para ambos, pues Dark-axtorm golpeaba a menudo a Dalemoon ante el mínimo motivo, muchas veces con la ayuda o el apoyo de Darkozahr.

Pero también servía como referencia a la joven de quien sería su verdugo, en caso de que intentara escapar de la aldea. La verdad es que aun cuando Dalemoon supiera donde se hallaba, y en que dirección se encontraba el hogar de sus padres, carecía del espíritu aventurero como para intentar ella sola una travesía entre las peligrosas montañas donde se encontraba, ella había crecido en el territorio llano del sur, jamás había escalado las rocosas tierras que la rodeaban, temía a los lobos y otras criaturas que moraban en ese lugar, y sobre todo a los peligrosos precipicios que se ocultaban bajo la nieve. Todas estas características, sumadas al temor que sentía por Darkozahr, hacían su escape virtualmente imposible.

Los meses siguientes fueron para Dalemoon sus momentos mas felices en lo que bien podía llamar la pesadilla de su vida, casi nunca fue golpeada por Darkozahr, con excepción de la vez que lideró el ataque a una pequeña villa mas allá del río, el combate fue sangriento pero exitoso, y el líder bárbaro regreso a casa ebrio tras celebrar con sus guerreros y repartir las ganancias, esa noche vio a  la muchacha con sumo detalle, y sin mediar palabra le largo una fuerte bofetada al rostro, teniendo la precaución de sostenerla con sus brazos para evitar que el golpe la derribara, después de eso, se desvistió rápidamente y poseyó a Dalemoon con ardor. La muchacha ya había dejado de extrañarse por la necesidad de Darkozahr de golpearla antes de tomarla.

 

El día que su hijo nació, el cielo se veía totalmente despejado, el sol brillaba con todo su esplendor en el firmamento, Dalemoon había empezado a sufrir los dolores del parto desde la noche anterior, y por esta razón Darkozahr había hecho venir a Ci-lavok acompañado de dos ancianas parteras desde las primeras horas del alba.

-       El sol brilla en el cielo despejado – anunció Ci-lavok a Darkozahr con orgullo. –Es un buen augurio para tu casa y tu sangre el que tu hijo venga al mundo en este día, simboliza que tu estirpe reinara entre los Bardar Hu, al menos por una generación más –

-       Lo único que puede garantizar eso es un hacha bien afilada y muchos guerreros aliados – respondió el jefe bárbaro al anciano manco. – Yo no creo en augurios y profecías –

-       No debes menospreciar los augurios, ni los regalos que dan los dioses a tu hijo por nacer – advirtió el viejo a Darkozahr. – Solo conseguirás que cambien sus designios. –

-       ¡Ve a atender a mi mujer pronto! – gritó el gigante pelirrojo a Ci-lavok en un arranque de ira. – a menos que quieras que la punta de mi lanza te escriba un augurio en el pecho –

La amenaza no debió repetirse, Ci-lavok corrió a ayudar a las parteras junto al lecho de Dalemoon mas por necesidad de esta que por temor a las amenazas de su rey, ya hacia muchos años que había consultado los augurios para conocer su final, y aunque sabia que debía morir por mano de Darkozahr, también estaba enterado de que su final llegaría mediante una mortal caída en uno de los precipicios que rodeaban la aldea, y en ese momento, no parecía haber ningún precipicio cerca al lecho de Dalemoon.

Los dolores de la muchacha se intensificaron durante unos momentos, la habitación se llenó con los gritos de la nueva madre y pronto se le unió el poderoso berrido de un recién nacido. Ci-lavok cortó presuroso el cordón umbilical y entregó el bebé a su padre, este lo observó con cuidado por unos segundos, constató con alegría que se trataba de un robusto varón de ojos claros y piel blanca como la suya, y que todos sus pies, manos y oídos se hallaban en perfecto estado antes de correr, con el en brazos, a mostrárselo al resto de la tribu, quienes debían estar esperando impacientes ante la puerta de su cabaña.

Cuando Darkozahr se plantó ante la entrada de su casa, lo primero que notó fue que el día parecía haberse oscurecido súbitamente, además, todos sus súbditos, quienes debían estar observando atentos la entrada de su morada, dirigían su vista al cielo, tal vez  para observar aquello que de momento bloqueaba la luz solar. El líder bárbaro dio dos pasos en dirección a la calle, y levantó su mirada hacia el firmamento;  ya el temor de que este se hubiera nublado súbitamente, cambiando los prósperos augurios en oscuros designios empezaban a preocuparle cuando descubrió que lo que acontecía era aun peor. El sol se había tornado enteramente negro, con excepción de un ligero anillo de luz que semejaba una corona. Esto era indudablemente el peor augurio de todos, significaba; contra todo pronostico, el fin de la sangre de Darkozahr en el trono de los Bardar Hu antes de que pasara una generación.

-    No tiene por que ser así… - aseguró Dark-axtorm con voz firme a su padre. Se había acercado al rey con sigilo cuando lo vio salir de la casa con el niño en brazos, sabía que su padre solo saldría con el bebé si era un varón sano, y necesitaría todo su apoyo cuando viera lo que le estaba sucediendo al sol. – El niño aun debe demostrar que ha nacido fuerte si quiere pretender el trono Bardar Hu algún día; si no es fuerte, nadie dirá que es hijo tuyo -


Darkozahr corrió con el niño en brazos, tanto como dieron sus piernas en dirección a los lagos mas allá de la última cabaña, algunos de sus guerreros lo siguieron para atestiguar después el resultado de la prueba del rey. Los Bardar Hu rara vez se bañan, por que en las frías montañas del norte, el agua de los lagos puede matar a un hombre en minutos, así que para seleccionar entre los recién nacidos de sangre real, aquellos con la fuerza necesaria para reinar, el niño es sumergido en uno de estos lagos por su padre, si el infante se esfuerza lo suficiente para salir a flote al menos por un segundo, entonces, es digno de ser rey.

Con la esperanza de que el niño se hundiera hasta el fondo, aun cuando él mismo tuviera que intentar sacarlo, Darkozahr soltó al pequeño en las heladas aguas del lago mas próximo a la villa, para su sorpresa, el pequeño no lloró, luchó y forcejeó hasta lograr mantener la cabeza sobre la fría superficie del agua, y estuvo así por casi un minuto, hasta que uno de los guerreros que había acudido junto a su líder, lo sacó, lo envolvió en una piel de lobo y lo entregó a su padre.

Darkozahr permanecía inmóvil, miraba al horizonte pensando en todas las veces que había guiado con éxito a sus guerreros, todas las ocasiones en que había arriesgado su vida ante peligros que habrían hecho dudar a cualquier otro hombre. En esos momentos no había temido, el nunca había sido un cobarde, y mucho menos un supersticioso, entonces ¿por que ese recién nacido que buscaba conciliar el placido sueño entre sus brazos lo atemorizaba tanto?

Solo al atardecer; cuando las fuerzas de su cuerpo, unidas al fuerte llanto del bebé, clamaron por alimento, Darkozahr volvió a su casa. Frente a su puerta lo esperaba su primogénito, quien al ver que su padre se aproximaba con el recién nacido en brazos, corrió a el desenfundando su puñal.

-    Detente Dark-axtorm… - dijo el rey bárbaro a su heredero en absoluta calma. – Conoces tan bien como yo la ley de los antiguos, quien derrama sangre real, no merece ser rey de su propia gente –

-       Pero nadie podrá juzgarnos por nada, padre – alegó Dark-axtorm en un intento por convencer a Darkozahr. – Todos vieron el augurio del sol oscurecido, es lo peor que podría acontecerle a una casa real, casi es justificado si… -

-       ¡Cállate de una vez! – gritó el rey de los Bardar Hu al tiempo que daba la espalda a su hijo mayor para adentrarse a su casa. – La mujer aun es joven, puede darme otro hijo que rompa el augurio. – agregó bajando la voz, en un intento de convencerse a si mismo de lo que decía.

El muchacho esperó que su padre entrara en la casa  y dejó caer el puñal al suelo en actitud desmotivada, la gruesa hoja de acero se clavó en la dura tierra como si también quisiera ocultarse de todos durante aquel día.

Dark-axtorm dio la espalda y caminó sin rumbo durante algún tiempo;  en la casa de su padre, Ci-lavok estaría informando al guerrero de lo que el ya sabia, Dalemoon no podría tener mas hijos jamás, eso sellaba la profecía, ya solo debían esperar que se cumpliera. Pero se equivocaban si creían que él dejaría que aquel niño de ojos azules destruyera todos los años de esfuerzos de su padre sin que intentara detenerlo, desde ese día, la prohibición de no lastimar a la muchacha estaba levantada, ya había parido, y si bien no podía matar o lisiar a su hermanastro, nadie decía que no podía enseñarle quien mandaba en aquella tierra. Él se encargaría personalmente de hacer miserable cada día de vida de ese niño, y trabajaría por que su padre hiciera lo mismo con la mujer que había dado a luz al destructor del reinado de la sangre de Darkozahr.



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