DALSHAZTAT: RELATOS DEL YELMO DORADO
PRÓLOGO
El calor del fuego del hogar inundaba la cabaña de
madera como un escudo mental, protegiéndola del frío intenso que se abatía
desde el exterior. El invierno intentaba hincar sus dientes en la dispar pareja
que moraba en la recia casa construida en el claro de aquel bosque oscuro, pero
el corazón de fuego que latía en la chimenea y sobre el cual se cocía una
burbujeante y olorosa olla, le ofrecía una fiera resistencia.
A unos metros de aquella olla, con la cabeza inclinada
sobre un pesado volumen, un joven de unos diez o doce años simulaba estudiar un
grupo de símbolos arcanos mientras su atención cubría la distancia entre la
mesa y el potaje hirviente en múltiples ocasiones.
Afuera, una nueva oleada de viento helado azotó el
costado norte de la cabaña, era el esfuerzo de Boreas por introducir su aliento
helado en la cabaña, lucha que fracasó al golpear contra los muros de madera
impermeabilizados con brea y construidos en torno a la chimenea de roca.
Adentro, un anciano flaco, de cabellos totalmente
blancos, manos y rostro cubiertos por pecas asió con delicadeza una pequeña
vara de cedro y ágilmente dio un golpe al lado del joven cuya cabeza había
girado mas allá del ángulo de lectura del libro para olisquear el cocido.
- La
lectura y la cena son dos actividades diferentes y cada una requiere su tiempo
y atención jovencito. – sentenció el anciano tras sobresaltar al muchacho.
- Maestro
Olsen, ya leí la lección una docena de veces, casi es hora de la cena, ¿podría
contarme la historia una vez más? – Respondió el joven tratando de alejar la
atención del anciano mas allá de la reprimenda.
El anciano lo miró entrecerrando los ojos en un
esfuerzo por enfocar su azul mirada. El chico era flaco, rubio y atractivo,
pero había algo en él que aquel anciano acostumbrado a ver prodigios reconocía
como antinatural. En ocasiones lo había visto hablar con los animales del
bosque u olfatear el peligro antes de que ocurriera, si podía hacer que el
chico se aplicara, llegaría a ser un mago grandioso. Los conjuros precisos le
habían mostrado la sabia de la magia corriendo en el chico y eso en aquel mundo
estéril y alejado del poder arcano era de verdad un milagro.
- Es una historia larga...
¿tienes tiempo? – Interrogó el anciano. - Hay historias que de verdad requieren
tiempo. –
El
joven asintió con un brillo especial en los ojos y la emoción brincando en su
corazón.
- Presta
atención jovencito – Recitó el anciano. – Esta es la historia del mas grande y
poderoso de los magos de toda la historia, de todos los mundos conocidos, es la
historia del hombre que fue mi maestro y a quien, en sus últimos años, en medio
del destierro en este mundo alejado de la fuente de la magia y el poder y
rodeado de la soledad, pude llamar amigo.
El chico se acomodó junto a la chimenea y en un
movimiento automático sirvió con un cucharón de madera dos platos hondos del
cocido que se había preparado al fuego, alargando uno gentilmente al viejo.
- Ahora
joven Ambrosius – Continuó el anciano al tiempo que olía la cena. - Empieza la historia del hombre que redactó el
libro de donde aprendes los secretos de la magia, uno que al igual que tú, tuvo
un origen fuera de lo común. –
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