WARSHAK: DUELO ENTRE LADRONES
La noche no podía ser mas propicia,
era fría como las elegantes mujeres que frecuentaban los casinos del distrito
de las mansiones, y la recorría un viento tan fuerte como un bárbaro de las
tierras de Bardar Hu. Tanto el viento como el frío, habían logrado que los
pocos transeúntes que pudiesen exponerse a esas horas de la madrugada por las
oscuras callejuelas de la ciudad de Lorthath, en su mayoría asaltantes y
ladrones, decidieran tomar una noche de descanso, por otro lado, el invierno
estaba próximo a comenzar, razón de mas para buscar el abrigo de las carnes de
una pareja, o en su defecto, una buena cobija.
Un reducido grupo de seis hombres, vestidos
y armados con los uniformes de color
negro y plata de la armada Lorthaniana, dio su respectiva ronda a la parte este
del palacio de gobierno, rodeando la intrincada red de torres y edificios intercomunicados
que se formaron con el transcurrir de los últimos treinta años, a medida que el
ducado creaba nuevas instituciones para ayudar al duque de Lendal en la
administración del feudo. El cabo que dirigía la ronda resintió la ráfaga de
viento que golpeó su espalda en forma inclemente, y pensó con la brillantez de
un sabio, que la armadura de mallas que portaba, más que protegerlo, parecía
conspirar para lastimarlo esa noche.
Los pensamientos de la patrulla, no
se alejaban del clima inclemente, razón tal vez valida, para que no notaran la
oscura silueta que se acostó a su paso en el pequeño canal de desagüe que
cruzaba la gigantesca plaza en cuyo centro se erguía el palacio de gobierno.
Los guardias habrían percibido algo, si la luna no se hubiera encontrado en su
etapa de menor brillo, y si las nubes no se hubieran encargado de bloquear el
ligero fulgor de las estrellas, pero aunque algunos pudieran decir que la
naturaleza confabulaba a favor de la misteriosa silueta que se escabullía por
la noche, no seria mas que restar meritos al experto profesional que había
sabido escoger el momento adecuado para su trabajo.
Una vez que la patrulla avanzó lo
suficiente para cruzar el ángulo de la siguiente torre, la silueta se incorporó
con premura, revelando el musculoso cuerpo de un hombre vestido únicamente con
un taparrabo de tela de color rojo, sandalias ligeras, y un turbante del mismo
color que cubría sus facciones, colgaba de su hombro una bolsa de cuero gruesa,
y de su cintura una daga hecha enteramente de cristal, y un par de bastones de
pelea de la madera mas negra y dura existente. El fornido individuo, cuyo
cuerpo parecía la imagen viviente de la fortaleza humana, cruzó la plaza con rápidas
y silenciosas zancadas, hasta alcanzar la base de uno de los muros exteriores
del palacio de gobierno, apoyó su espalda contra la muralla para disimular su
figura con las amplias piedras, examinó la solitaria plaza a lado y lado con un
rápido movimiento de cabeza, y con una exhibición soberbia de fuerza, afianzó
sus manos desnudas en la mas mínima grieta que pudo encontrar en la roca, para
escalar su superficie. Cualquiera que hubiese visto aquella araña humana subir
por el muro del palacio habría pensado que se encontraba soñando o borracho, y
que aquella habilidad para trepar se debía al efecto de algún conjuro mágico,
nada mas alejado de la realidad.
Aquel ladrón había sido entrenado por
la secta de los asesinos de la hoja invisible, su aprendizaje había tardado
años, y la proeza que efectuaba escalando aquel muro, no era nada que no
hubiese realizado con anterioridad.
El sujeto del turbante alcanzó una
pequeña ventana de no mas de un metro y medio de ancho, cubierta por gruesos
barrotes de acero, a los que el extraordinario escalador se aferró con una sola
mano, al tiempo que forzaba su mente a abstraerse de todo lo que lo rodeaba,
todas sus energías se concentraban en que su mano derecha, rígidamente extendida,
adquiriese una dureza perfecta.
Una ligera capa de sudor frío se
acumuló en la espalda y en el labio superior del corpulento individuo, pero no
se debía al esfuerzo de estar suspendido a diez metros de altura, y sostenido
por un solo brazo y por las piernas apoyadas contra el muro, el sudor era
producto de un esfuerzo mental que muchos hombres no lograrían ni aun si les
fuera la vida en ello. Una vez que sintió que la paz y la seguridad inundaban
su alma, descargó dos golpes sobre los cuatro barrotes del extremo derecho de
la ventana, el primero en la parte superior, y el segundo en la inferior, la
mano cortó el acero como si se hubiera tratado de palillos de madera seca, y
los barrotes cayeron al interior de la habitación con un tintineo metálico al tiempo
que el sujeto se introducía por la abertura que habían dejado.
El individuo del turbante se irguió
en el centro de un estrecho pasillo, donde sus músculos acerados, y sus casi
dos metros de estatura parecían ocuparlo todo. El ladrón, pues esa era su profesión,
avanzó a pasos cortos por el estrecho pasillo hasta alcanzar un amplio salón
decorado con armaduras de los más diversos estilos y colores, y una multitud de
armas colgadas de las paredes. Sabia que se hallaba en el lugar correcto,
bastante tiempo le había llevado encontrar algún funcionario dispuesto a
informarle como llegar a la bóveda que buscaba. El trabajo se había hecho con
mucho cuidado para no levantar sospechas y comentarios indeseables sobre la
operación. Al fin, después de un par de semanas, y una gruesa suma de dinero, había
dado con un incauto lo suficientemente desesperado como para arriesgarse a
revelarle la entrada secreta a la bóveda numero cuatro del palacio de gobierno.
Por supuesto, el sujeto no vivió para que pudiera identificarlo, y su muerte
fue atribuida a un robo en uno de los múltiples callejones de la ciudad.
El sujeto del turbante se inclinó al
lado de la base de una armadura de color rojo brillante, examinó cada una de
las piezas que la componían, y a punto estaba de tocar el guantelete derecho,
cuando escuchó pasos que se acercaban. No tuvo tiempo de encontrar una ruta de
escape, sacó un bosquejo de mapa, dibujado por su informante minutos antes de
morir, de su bolsa de cuero, pero antes de poder hallar la ruta prevista para
evadir a los guardias, un grupo de seis de estos, se hallaba en la entrada de
la sala de armas mirándolo con la sorpresa dibujada en el rostro.
El ladrón no dudó un solo segundo, su
primer movimiento fue desenfundar la daga transparente, hecha enteramente en
cristal de acero, y lanzarla a la garganta del último de los vigilantes
cercenando su vida en forma instantánea. Los hombres de la patrulla de la
armada, siguieron la trayectoria de la daga con la mirada por actitud refleja,
y no se habían recuperado de la sorpresa de la muerte de su compañero, cuando
el sujeto del turbante ya se hallaba entre ellos, armado con los dos bastones
de pelea, y lanzando golpes a diestro y siniestro.
El ladrón era un combatiente experto,
sus primeros golpes se dirigieron a las gargantas y los esternones de sus
contrincantes con el fin de ahogar sus gritos de alarma, para cuando ellos
quisieron reaccionar, ya habían perdido la batalla. En un espacio reducido, un
grupo de hombres acostumbrados a trabajar en equipo y a seguir órdenes de un
superior, sorprendidos con sus armas enfundadas y sin espacio para maniobrar,
solo puede ser presa del pánico, lo cual los convierte en algo menos que
chiquillos atemorizados buscando escapar de un maestro furioso. El ladrón
rompió brazos, cráneos y rodillas antes de rematar a sus victimas quebrando sus
vértebras con fuertes patadas. Casi parecía como si el fragor del combate lo
hiciera entrar en cierto tipo de frenesí que lo impulsara a buscar la muerte de
cualquiera que estuviese cerca.
Cuando el combate terminó, seis
hombres yacían muertos en el suelo. El hombre del turbante se dirigió a la
armadura que examinaba segundos antes, y sin dudarlo, giró el guantelete
derecho hasta que el pulgar señalara el suelo, momento en el cual, la base sobre
la que descansaba la armadura, se deslizó hacia un lado, dejando al
descubierto, un grupo de escaleras que descendían hacia la oscuridad.
El guerrero de los bastones descendió
cada peldaño como si esperara que de un momento a otro, la muerte se abalanzara
sobre él, en cada mano llevaba una de aquellas porras cortas que había
utilizado efectivamente para deshacerse de la patrulla en la sala de armas,
pero no fue si no hasta el final de la escalera, donde halló el peligro que
esperaba. Un par de guardias, con las espadas cortas desenvainadas, esperaba
atentos al merodeador que había descendido por la escalera. Los soldados
intercambiaron una mirada de aprobación antes de lanzarse al mismo tiempo
contra aquel intruso de gigantesca musculatura y rostro cubierto. Sin embargo,
la táctica de ataque simultaneo por dos flancos no intimidó el lo absoluto al ladrón,
este bloqueó al mismo tiempo la puñalada baja que venía por la izquierda y el
mandoble enviado a su cuello por la derecha, giró sobre si mismo rápidamente, y
se encontró a la espalda de sus atacantes. Pudo haberlos derribado a ambos con rápidos
ataques a la base de sus cuellos provocándoles la inconsciencia, pero el sujeto
del turbante aun quería mas diversión, así que solo atacó a uno se los
guardias, lo golpeo con ambos bastones en la base de la espalda hasta romper un
par de vértebras. El segundo guardia giró para encararse a su contrincante, y
lanzó una profunda puñalada con su espada corta al rostro cubierto de este en
el mismo momento que su compañero caía al suelo con la espalda fracturada. El ladrón
esquivó la espada de su enemigo con una rápida inclinación lateral de cabeza,
giró su cuerpo hacia un lado para salir de la trayectoria del arma atacante, y
descargó repetidos golpes con los bastones en el brazo extendido del guardia, rompiéndolo
en varios lugares y desarmándolo. Este retrocedió alarmado al verse indefenso
ante aquel sujeto, pero el ladrón no dio muestras de intentar detenerlo cuando corrió
a refugiarse hacia el pasillo que se abría mas allá de la escalera, el mismo
que debía haber custodiado con su compañero, pero sobre el cual tenia ordenes
estrictas de no cruzar. El guardia no avanzó más de dos pasos por el pasillo,
su cuerpo se contrajo en fuertes espasmos de dolor cuando incontables descargas
eléctricas de brillo azuloso lo fulminaron, dejando cerca de su cadáver, el
penetrante olor a carne quemada.
Bajo el grueso velo que cubría el
rostro del ladrón se dibujó una sonrisa, estaba enterado que su objetivo estaba
protegido por trampas mágicas, y aunque desconocía la naturaleza y la ubicación
de estas, había venido preparado para evitarlas, la inesperada muerte del
guardia solo había alertado sus sentidos y evitado una sorpresa desagradable.
El ladrón se agachó en el comienzo
del pasillo, y con la escasa luz que emanaba de una lámpara colgante examinó el
suelo que se extendía frente a él, sus ojos no descubrieron ninguna
característica especial en las baldosas blancas y pulidas, así que abrió la
bolsa que colgaba de su hombro y extrajo un par de lentes de color verdoso que
cubrían sus ojos en totalidad, y los sujetó a su cabeza por medio de un
ajustado elástico. De inmediato, la visión del pasillo cambió, los lentes de visión
mágica habían cumplido su cometido, podía percibir un brillo dorado emanando de
algunas baldosas, e incluso de ciertos ladrillos de la pared, ahora solo se
trataba de no tocar los puntos brillantes.
El musculoso hombre del turbante
avanzó por el pasillo como un bailarín que realizaba extraños brincos y pasos
cortos evitando las trampas mágicas, hasta que su improvisada danza lo llevó
frente a una puerta metálica, construida en un misterioso metal negro,
brillante y frío, sobre cuya superficie había sido tallado en alto relieve la
cabeza de un tigre rugiente. A la luz verdosa de los lentes de visión mágica,
la puerta brillaba intensamente con un fulgor rojizo, señal inequívoca de la más
poderosa magia.
Después de analizar por unos segundos
la impresionante puerta, el intruso introdujo su mano en la bolsa que colgaba
de su hombro, y extrajo un pergamino enrollado sobre si mismo, y atado con un
cordel negro. El solitario ladrón soltó el cordel y extendió el pergamino ante
si, al tiempo que se admiraba del brillo que refulgía de las letras grabadas en
el documento. Se esforzó en controlar todas sus emociones, y cuando lo hubo
conseguido, se concentró en la pronunciación y entonación exacta de lo que debía
realizar, solo entonces recito en vos alta:
- Phroper ille grandhis Yhale, thuus potherephothes ceshsareg
agora, permitthiere mihiego passus, aperireh thuus interagnea ans mihiego.- la voz que abandono la
garganta del ladrón era profunda y gutural, tal como le habían enseñado que debía
ser para la correcta pronunciación del conjuro.
Durante un segundo le pareció que no ocurría
nada, su mirada se fijaba con suprema concentración en aquella puerta, y lo
sorprendió el calor del fuego cuando el pergamino se consumió, una vez que su
magia había sido gastada. El individuo del turbante dejo caer los restos
encendidos del pergamino en el mismo instante en que los ojos del tigre
brillaban, y la puerta se abría dándole paso franco.
La habitación a la que daba acceso la
puerta blindada era la imagen mas impresionante que el ladrón del turbante había
visto en su vida, se trataba de un área de ocho metros cuadrados, la mayoría de
los cuales se hallaba cubierta por una pequeña montaña de monedas de oro, de
entre estas, sobresalían diversas armas y escudos engastados con piedras
preciosas, y algunas joyas. El ladrón ignoró todas las riquezas esparcidas por
el suelo, y centró su atención en los estrechos y profundos nichos que cubrían
las paredes de la habitación, caminó con resolución entre monedas que aliviarían
con creces las necesidades de miles de almas, y concentró sus esfuerzos en
estudiar uno de los nichos. Se trataba de pequeños cubículos de veinte
centímetros de altura por veinte de ancho, con unos treinta centímetros de
profundidad, al final de los cuales podía verse una pequeña puerta hecha en el
mismo metal negro que había visto en el blindado portal con cabeza de tigre.
Por desgracia, se le habían acabado los pergaminos de llamado a la puerta, y
sin conocer el comando mágico correspondiente, solo tenía una oportunidad de
forzar una de aquellas cajillas de seguridad.
El musculoso bribón no se desmoralizó
por aquel inconveniente inesperado, buscó con rapidez el nicho marcado en la
parte superior con el número veintiséis, y frente a este, extrajo del bolso que
portaba un par de guantes de piel, largos hasta los codos y tan gruesos como la
epidermis del dragón negro que había actuado como involuntario donante, con la
actitud de un cirujano de nuestros tiempos, se colocó los guantes en las manos,
rebuscó una vez mas en su bolso y extrajo un pequeño frasco de cristal, el cual
trató con la reverencia que requiere una novia virgen. Retiró la tapa del frasco,
y en cuanto vio que el líquido contenido en este empezaba a humear, lo arrojó
al fondo del nicho, donde en menos de diez latidos de corazón, el poderoso ácido
empezó a carcomer la mágica puerta metálica.
El ladrón contempló embelesado la
destrucción del poderoso obstáculo, hasta que pudo ver el contenido de la bóveda,
un documento de pergamino amarillento, enrollado sobre si mismo, y sujeto por
una cinta verde. Estuvo a punto de introducir la mano para retirarlo antes de
que el ácido lo atacara, pero entonces recordó que la primera regla de todo
buen ladrón, es la precaución extrema, los riesgos sin sopesar suelen acabar
con las vidas de muchos aventureros, y el no quería que ese fuera su caso. Examinó
con cuidado, y a la luz de una antorcha retirada del muro más cercano, las
paredes del interior del nicho, hasta que descubrió la pequeña rendija en el
muro superior, tan bien disimulada, que de no ser por el mortal brillo metálico
de la hoja que ocultaba, habría pasado desapercibida hasta para el mejor de los
ingenieros enanos.
El misterioso intruso, utilizando uno
de sus bastones de pelea a modo de seguro, bloqueó en su lecho, la peligrosa
cuchilla destinada a cortarle la mano a quien la introdujera en aquel lugar. Una
vez que se sintió seguro de que no había más trampas, retiró el pergamino, lo
introdujo en el bolso, retiró el bastón que bloqueaba la trampa, salió
utilizando la misma ruta por la cual había entrado, y se esfumó en la noche. Fue
un robo casi perfecto, casi, por que había cometido un error.
* * *
Durante los años que siguieron a
aquella famosa aventura de las almas felices, en esa horrible época de caos y
guerras internas y externas en las cuales el trono careció de rey, el joven
duque de Lendal retuvo su poder gracias, en gran parte, al escrupuloso trabajo
de quien fuera su ministro secreto. Y aunque ahora, muchos años después, se
acuse al sujeto conocido solo como Sr. Winston de tirano, manipulador, e
incluso conspirador, no se puede negar que hubo una época, en que el frágil
puño de aquel anciano casi invalido, defendió a Valentharia de todo aquel que
osó atreverse a ponerla en peligro, y en esta ocasión, no fue la excepción.
El anciano debió medir durante sus
mejores años cerca de un metro con ochenta, pero la edad, y algún accidente en
su columna vertebral que lo obligaban a caminar apoyándose en un par de
bastones, habían reducido su esbelta figura a menos de uno con setenta. El
cabello se había vuelto completamente gris mucho antes de que se viera obligado
a cambiar de identidad para ocultar su pasado, y las patillas habían crecido
para unirse a aquel bigote que se había negado a cortar, aun así, las arrugas de su rostro y de sus
manos hacían tan buen trabajo, que prácticamente nadie descubrió mientras vivía,
que quien fuera alguna vez el hombre mas poderoso del ducado, había sido en un
remoto pasado, el mejor ladrón de la ciudad de Lorthath.
El anciano no se hallaba solo, una
escolta de doce paladines de la tormenta, vestidos con armadura de campaña y
montando en briosos corceles de batalla lo acompañaba, el Sr. Winston no
cabalgaba por supuesto, viajaba en un carruaje tirado por cuatro corceles de
color negro, y el emblema de la casa de Lendal, un águila de oscuro color sable
con las alas extendidas sobre un campo azul y plateado, decoraba la puerta. Todo
este impresionante desfile militar, que habría hecho sentir envidia al más
fiero general, avanzaba en silencio por uno de los pocos senderos ligeramente
anchos del bosque nebuloso.
Los cascos de la montura del teniente
del grupo de paladines, usualmente el último en la formación para que cuide la
retaguardia, sonaron como tambores en los oídos del anciano, entrenado para
escuchar caer un alfiler a diez pasos de distancia. El caballo galopó
resoplando de incomodidad hasta alcanzar la altura de la portezuela del
carruaje.
- Mi señor.- se presentó el paladín intentando
tranquilizar a su montura al tiempo que se dirigía al anciano – hemos recorrido
este bosque por cerca de doce horas, si ese sujeto no quiere ser hallado, dudo
mucho que podamos dar con él.-
El viejo ministro miró al teniente de
paladines sobre aquel corcel de batalla de color blanco, era una imagen
impresionante, un hombre musculoso, cubierto por una gruesa armadura de batalla
de color gris oscuro, con la túnica negra y roja de su orden ondeando al
viento, y el yelmo de batalla cubriéndole el rostro para infundirle a cualquier
enemigo un tinte de terror psicológico.
- Tranquilícese teniente – afirmó
el anciano con el mismo tono con que un padre explica a un hijo las verdades de
la vida – lo que buscamos, no es encontrarlo, es hacer que él nos encuentre,
estoy seguro que debe estar observándonos en este momento.-
- No veo para que puede
necesitar a ese sujeto. – Alegó el paladín – cualquiera de nosotros estaría más
que feliz de dar su vida en una misión para usted y para el duque.-
- De eso se trata precisamente.
– interrumpió el Sr. Winston con una sonrisa en los labios – este sujeto vendería
muy cara su vida, y lo mas seguro es que no muera en el trabajo que deseo
encomendarle, eso es mas importante para mi y para el duque, que emplear a un mártir.-
- Como ordene, mi señor. –fue
la respuesta del guerrero – en ese caso, si me lo permite, ordenaré a los
hombres un despliegue en espiral, tal vez eso ayude a que nuestro hombre nos
encuentre…-
- Eso no será necesario señor
Warshack... – interrumpió el anciano mientras veía como, tras el metálico
yelmo, los oscuros ojos del jinete se abrían de par en par. – Le garantizo que ninguno
de estos hombres quiere lastimarlo, ahora si me dice que hizo con el teniente
de mi guardia, y pasa a mi carruaje, podremos pasar a temas mas importantes.-
Una
ligera sonrisa se dibujó en el oculto rostro tras el yelmo, y eso,
viniendo de un hombre que muy rara vez reía, era todo un tributo.
- ¿Cómo hizo para descubrirme?,
la voz era perfecta, igual que el porte y los ademanes. - interrogó el jinete.
- Fueron varios detalles.
–respondió el anciano – primero, su montura se mostraba nerviosa, tal vez debido
a su “naturaleza animal”, segundo, mi teniente no es tan brillante como para sugerir
un despliegue en espiral, y tercero, sus ojos son negros, los de mi oficial son
azules. –
El jinete descabalgó en un solo
movimiento, amarro el caballo a la carroza, y entró al reducido cubículo en el
que viajaba el anciano, solo cuando se halló sentado frente a este, se quitó el
yelmo, revelando un rostro firme; de cejas gruesas, labios rectos, y barbilla
fuerte, la cabellera era abundante y oscura, y las mejillas mostraban una
sombra de barba dispuesta a cubrir cualquier expresión en muy pocos días. Pero
lo que más impresionó al Sr. Winston, fue la mirada; los ojos eran más negros
que la mortaja de la muerte, y de una dureza que haría parecer al diamante tan
blando como el barro mojado.
- Dígame cual es el problema, y
como puedo ayudar. – Dijo Warshack con aquella voz ronca y profunda que lo
caracterizaba, la misma que arrancó las confesiones de los oficiales del ejército
del fin del mundo durante la gran guerra.
El anciano no pudo evitar dedicarle
una mirada de dos segundos al sujeto sentado frente a él, para admirar a una
leyenda andante. Ese individuo, había sido parte del grupo de aventureros mas
famoso de los últimos años, luego, había sido uno de los lideres de la
resistencia contra la invasión del ejercito del fin del mundo, donde había
alcanzado el rango de general, bajo el mando de Ian Dalton, quien lo entrenó
hasta hacerlo el operativo mas efectivo de toda la guerra, y por ultimo se
había auto exiliado a lo mas profundo de un bosque donde las mas tenebrosas
brujas se negaban a morar.
- ¿Puede identificar esto? –
interrogó el anciano al tiempo que extraía de su funda una daga hecha en cristal
de acero, misma que había sido abandonada
en la escena de un crimen el día anterior.
Warshack tomó la daga con la misma
delicadeza con que habría acariciado a su primogénito de haberlo tenido, la
estudió cuidadosamente durante unos segundos, mientras la prodigiosa maquina de
su cerebro extraía sorprendentes cantidades de información sobre todo tipo de
armas, datos que su mentor le había obligado a memorizar para uso eventual en
la riesgosa profesión que ejercía.
- Se trata de un arma hecha por
las tribus del desierto Zamraphel, es el tipo de daga preferida por la cofradía
del velo rojo, y si mi olfato no me
engaña, alguien fue herido con esta arma recientemente.- afirmó el poderoso licántropo
rápidamente.
- Excelente, general. – fue la
respuesta del anciano ministro, quien empleo el antiguo rango de la gran guerra
con el ladrón a manera de cortesía. – Mis taumaturgos no habrían podido hacerlo
mejor en tan poco tiempo, también aseguran, que el dueño de esta arma, se
dirigió al ducado de Zamraphel, donde perdieron su rastro.-
- ¿Qué es lo que quiere que yo
haga? – interrogó Warshak al anciano, evidenciando una vez mas, que él era un
hombre de acción mas que de palabras.
- El dueño de la daga – Explicó
el anciano al tiempo que se alegraba de contar con el interés del operativo que
requería, aun antes de haber aclarado cual era la situación.- sustrajo de las bóvedas del palacio de
gobierno, el tratado de paz entre Lendal y Brizho; los representantes de estos
ducados, deben reunirse en seis días para ratificar ese tratado. No presentar el documento, en el clima
político que gestan los diferentes herederos al trono real, puede ser tomado
como una provocación, y lo último que queremos es una guerra civil. Lo que
quiero – aclaró el anciano, que jamás hacia este tipo de peticiones a nombre
del duque. –es que recuperes ese documento por mi.-
Warshack había estado escuchando con
la mayor atención posible, buscando que su mente no solo grabara las palabras,
sino también las intenciones, y el lenguaje corporal del anciano, sabia por
experiencia que esa información nunca estaba de más, al mismo tiempo,
aprovechaba para retirar de su elástico cuerpo, las voluminosas y pesadas
piezas de la armadura de batalla que le había servido para tomar el lugar del
jefe de la escolta.
- ¿Tiene alguna idea de por
donde podría comenzar? – interrogó el antiguo general rebelde.
- Hace años, existían rumores
sobre el viejo duque de Zamraphel, se decía que adoraba a algún tipo de demonio
de la guerra, empieza por allí, tiene mucha lógica pensar que exista una
conexión con un tratado de paz desaparecido. Por otro lado, si necesitas algún
tipo de ayuda para llegar hasta el desierto en tan poco tiempo, tal vez mis
magos puedan…-
- No se preocupe por mi Sr.
Winston – fue la cortante respuesta del licántropo – mientras menos sepa sobre
mis medios, mejor será para usted, para mi y para la misión. por cierto, si
regresa por este camino, encontrará a su teniente atado al pie de un pino alto.-
Un movimiento rápido bastó para que
Warshack abandonara el carruaje saltando a las cercanas ramas de un roble, para
cuando la escolta del ministro secreto quiso seguirlo con la mirada, la silueta
ya había desaparecido en la espesura.
* * *
El viento frío de una clara noche en
los territorios de la región norte de Valentharia, donde el desierto se adentra
hacia el mar como buscándole pelea, puede ser molesto para muchos, viene
cargado de sal, deja una ligera capa de grasosa humedad, y cala hasta los
huesos. Pero para el sujeto que volaba a unos trescientos metros sobre el
suelo, en el lomo de un grifo de oscuro pelaje, ese viento solo traía la paz
que antecede a cualquier situación de peligro extremo, y eso mas que
inquietarlo, lo hacia sentirse cómodo, por que para Warshack, el licántropo
ladrón, el mismo que había combatido a casi todas las criaturas del nuevo mundo
junto a nombres que al igual que el suyo rayaban en la leyenda, el sujeto que
había sido uno de los pilares contra la invasión del ejercito del fin del
mundo, para él, el peligro era una profesión en la que había alcanzado el mas
alto grado de educación.
Los oscuros ojos del jinete se
posaron en un grupo de puntos brillantes que titilaban cerca al mar, y en ese
momento, un graznido corto y fuerte brotó del pico de la bestia que montaba.
- Lo se “Espectro”- dijo el
jinete a su montura tratando de que el viento no se llevara su voz, al tiempo
que palmeaba el cuello del animal con cariño. – yo también la he visto, será
mejor que aterricemos lejos de los muros si no queremos que nos vean los
guardias.-
El grifo descendió en círculos
cerrados a varios cientos de metros de las murallas de Ruzadâr, capital del
ducado de Zamraphel, una tierra asolada por el hambre, la pobreza, y la mala
suerte de tener por señor, a un fanático adorador de oscuros demonios. Warshack
desmontó del animal, retiró la alforja que este llevaba en la grupa, y
empuñando la mano derecha, apuntó el anillo que portaba, contra la noble bestia
que lo había traído hasta aquí.
- Espectro – fue la única
palabra que abandonó la garganta del licántropo, antes de que el fogonazo de un
rayo, regresara a la alada montura, adentro del anillo mágico que la contenía.
Acarició la joya durante unos momentos, recordando aquella aventura del asalto
a la garra del diablo, donde la orden de los caballeros del grifo le habían
otorgado esa bestia, para hacerlo miembro honorario en agradecimiento por su
ayuda.
Agachándose tras unas dunas, Warshack
revisó el equipo que traía en las alforjas, ajustó sus armas, perfectamente
ocultas, y repasó el contenido del cinturón de múltiples bolsillos que llevaba,
para asegurarse de que se encontrara en perfecto estado, apretó los cierres de
un grueso brazalete metálico en su brazo derecho, y por ultimo, cubrió su
cuerpo con una amplia túnica, típica de la gente del desierto. Solo entonces,
se dirigió hacia la ciudad.
Cruzar las defensas externas de Ruzadâr
había sido un juego de niños, las murallas no tenían mas de cuatro metros de
altura, y presentaban tantos lugares ocultos a sus propios defensores, que bien
podía dar cobijo a una patrulla de invasores. De no ser por que para llegar a
la ciudad, había que conocer el desierto que la rodeaba, y que la tierra del
ducado no tentaría a nadie, habría sido una presa fácil. El licántropo avanzaba
con cuidado por las estrechas callejuelas de la ciudad que rodeaban el palacio
del duque de Zamraphel, memorizando cada detalle que podía observar sobre la
misteriosa fortaleza que debía asaltar. Había descubierto un lugar en donde los
callejones tocaban la muralla exterior del castillo; de manufacturación muy
diferente a las endebles defensas de la ciudad, tal vez producto de épocas
anteriores, con tecnología más avanzada, cuando vio abrirse una pequeña poterna
para dar salida a un grupo de diez o doce muchachas, todas muy jóvenes, y de
modestos vestidos que con dificultad cubrían sus encantos. Las jovencitas se veían
algo cansadas, pero reían con picardía entre ellas, y un sin numero de
comentarios y susurros parecía envolverlas al andar. Warshack, oculto entre las
sombras de una esquina, observó al grupo contar unas pocas monedas mientras se dirigían
a un portal, sobre el cual se asomaba una tabla de madera en la que habían
dibujado un jarro de cerveza, una idea cruzó la mente del ladrón, cual rayo que
ilumina la oscuridad de una noche tormentosa, y mientras esta se hacia mas
clara, se dirigió al mismo lugar que las muchachas.
* * *
Daghnes se retorció en el lecho cual
gata desperezándose, jamás pensó en contar con tanta suerte; ella, que durante
los mas tiernos años de su adolescencia, solo había servido como cortesana de
segunda clase para los invitados del duque, había visto con el correr de los tiempos
como su posición en el palacio se hacia cada vez mas baja, hasta alcanzar el
actual rango de criada al mismo tiempo que veía como los pocos hombres que alguna
vez se habían interesado en ella, se alejaban de su camino. Ahora, cuando su
edad casi besaba el tercer decenio, se
hallaba convencida de que terminaría sus días como la aburrida y arruinada
esposa de algún criado de establos, o en el mejor de los casos, de un soldado
vigilante de la mazmorra a quien jamás vería. Pero en las ultimas veinticuatro
horas, el panorama de su vida había cambiado totalmente, en la posada que
frecuentaba con sus amigas, había conocido a un hombre rico, él le había dicho
que era mercader, y que poseía varias caravanas que deseaban comerciar con el
duque, había pagado todos sus gastos y los de sus amigas esa noche, la había llevado
a comer a sitios en los que ella jamás había entrado, con platillos tan
costosos que no habría podido pagarlos ni con tres meses de salario, le había
regalado una hermosa pulsera de oro, y por ultimo, la había invitado a subir
con él a su habitación, en donde el sujeto, quien además era atlético y
atractivo, con una piel morena curtida por el sol, había demostrado poseer la
fuerza como amante de un animal salvaje.
La muchacha, una hermosa pelirroja de
ojos almendrados cuyo cuerpo ya empezaba a mostrar señales de los años de
descuido e intensa labor, sonrió en el
lecho mas blando que había probado en su vida, tomó algunas frutas de la
bandeja que el había dejado junto a la cama, y soñó con su nueva posición en la
ciudad, una vez que su nuevo amante estableciera su compañía de comercio en el
ducado, y con ella a su lado, la ingresara a nuevos espacios sociales. Había
pasado junto a su nuevo amor tan solo un día y una noche, y ahora, cuando había
anochecido nuevamente, el había salido a una reunión de negocios. Daghnes aun
recordaba el momento en que se despidió:
- Será mejor que duermas
preciosa. – le dijo desde el marco de la puerta con aquella voz gruesa y
profunda que la enloquecía. – no creo desocuparme hasta bien entrada la
madrugada.-
Así, recordando las maravillosas
horas vividas junto a su amado, horas en las cuales ella se había sentido el
centro de atención, mientras hablaba y hablaba sin parar sobre su trabajo en el
castillo, sobre su rutina y la de todos los que habitaban la fortaleza, sobre
la disposición de las habitaciones y los horarios de la guardia, Daghnes se
durmió con una sonrisa en los labios, y soñó con su amado, el cual a esas hora
se deambulaba con sigilo entre las callejuelas de la ciudad, completamente
vestido de negro.
* * *
Warshack se movía como una sombra,
como un espíritu de otros tiempos que buscaba entre los sitios más oscuros,
aquello que le ayudaría a encontrar el
descanso eterno. Si los datos de Daghnes eran ciertos, el lado oeste de la
muralla del castillo, se encontraría mas cerca de su objetivo, era por esa
razón, que se encontraba allí, pegado al muro exterior de la fortaleza del
duque de Zamraphel, la cual había observado con atención durante la pasada
hora, lo suficiente para determinar que ese sector, solo era protegido por una
patrulla de diez hombres y dos perros guardianes.
El licántropo retiró dos pequeños
frascos de cierto grosor de uno de los bolsillos de su cinturón, lentamente
retiró las tapas, y se dedicó a esparcir la mezcla de pólvora y pimienta en un área
considerable, para confundir el olfato de los vigilantes mas capaces de la
patrulla, luego se dedicó a esperarlos oculto entre las sombras que proyectaba
un zaguán cercano.
Mientras pasaban los minutos,
Warshack liberó lentamente, su bestia interna, fue una liberación lenta y
pequeña, solo un atisbo de libertad, lo suficiente como para que sus músculos y
huesos se hicieran mas fuertes, mas resistentes, la mirada del ladrón se tiñó
de un ligero tinte rojizo, y sus sentidos se agudizaron al extremo de percibir
los olores de la patrulla que se acercaba, y al tiempo, permitirle escuchar sus
cansinos pasos marcando el perímetro de la fortaleza que se disponía a violar.
La patrulla pasó junto al hombre lobo
anunciando su paso con los molestos estornudos de los perros guardianes,
quienes vieron bloqueado su olfato por la penetrante molestia de la pólvora y
la pimienta, hecho sobre el cual, sus compañeros humanos, no parecieron
percatarse. Warshack espero que doblaran un recodo, para liberar un poco mas a
la bestia dentro de sí, lo cual trasformó sus manos en fuertes garras. Luego,
con una rápida y silenciosa carrera hacia el muro, el ladrón saltó tres metros,
y escaló rápidamente el resto hasta alcanzar su extremo superior, todo
trascurrió en menos de tres segundos, y si algún testigo hubiera visto tal
proeza, habría concluido con razón, que ningún humano habría podido hacer tal.
El ladrón se acostó sobre la parte
superior de la muralla, para evitar que su silueta se recortara contra la poca
luz nocturna que cubría el ambiente, y desde su escondite, observó el patio del
castillo. Los lobos, al igual que los licántropos, y como la mayoría de los
depredadores, pueden ver en la oscuridad, lo cual les permite localizar con
facilidad a sus presas. Así fue como Warshack localizó al guardia que patrullaba
aquel sector del patio, con suavidad se deslizó desde su posición, e hizo menos
ruido al caer, que el que puede ocasionar un ninja muerto. El ladrón permaneció
agachado para ofrecer menos superficie visible, esperó a que el guardia
estuviera lo suficientemente cerca para actuar, y luego, con un rápido
movimiento, saltó sobre él, al tiempo que pugnaba por controlar la bestia que
se agitaba en su interior, y de un solo golpe le quebró el cuello. Rápidamente
se apropió de la túnica y el casco del extinto soldado, a donde se dirigiera el
guardián, no los necesitaría, en cambio serian herramientas invaluables para
que el licántropo ocultara su identidad.
Si alguno de los vigilantes que
patrullaban el patio interno de la fortaleza notó algo extraño en el guardia
que caminó hasta las columnas bajo el balcón del salón de eventos, no dijo
nada. El sujeto llegó hasta aquel sitio medio sumido en las sombras con el
cansino caminar de quien hace el mismo
recorrido por novena vez en la misma noche. Se situó justo entre las columnas,
estiró los brazos como queriendo tumbar al sueño del trono que había ocupado
sobre sus hombros, revisó a lado y lado que nadie estuviera observándolo, y
luego, con un salto mas propio de bestia que de hombre, cubrió los primeros
tres metros que lo separaban del borde del piso superior, para el resto de la
distancia, solo le bastó apoyar manos y piernas en la columna mas cercana
durante medio segundo, y catapultarse a si mismo hasta el borde de la terraza.
Una vez en el balcón, Warshack no
tardó en introducirse a los salones del palacio. Su mente había bosquejado un
mapa digno de cualquier arquitecto enano de las minas de Khalig-Zúd con base en la información que le había extraído a la
hermosa Daghnes, poseía además, datos mas relevantes sobre las patrullas de los
guardias, su horario y ubicación. Todo esto, sumado al disfraz robado en el
patio, y a su prodigiosa habilidad para moverse en silencio y mantener sus
rasgos cubiertos por las sombras, lo convertían en un fantasma capaz de
deambular por las habitaciones de la fortaleza como si hubiese habitado allí
por cientos de años, sorteando a los vigilantes de esta como si fuesen niños
ciegos y sordos buscando atrapar a un espectro.
No había trascurrido mas de una hora
desde el momento en que ingresara a la fortaleza, cuando divisó su objetivo a través
de uno de los ventanales del salón de audiencias del duque de Zamraphel; se
trataba de una alta y angosta torreta sin ventanas, conectada al resto del
complejo por medio de un estrecho puente de arco hecho de piedra sobre el cual
montaba guardia una aguerrida patrulla de seis poderosos minotauros armados con
hachas de batalla. No era la primera vez que el licántropo se enfrentaba a
seres como aquellos, en su juventud había tenido un combate a muerte contra un
minotauro, que casi lo había marcado profundamente, pero ahora las cosas eran
distintas; él era un guerrero entrenado, poseía disciplina, táctica y
habilidad, a demás la situación favorecía su cuerpo ágil y veloz sobre los
musculosos pero lentos hombres toro.
Warshack no perdió tiempo intentando
evitar a los minotauros, o buscando un truco en su cinturón de bolsillos para
despistarlos, él sabia que si esos sujetos eran la defensa externa de la
torreta, era por que habían demostrado con creces su capacidad, solo se
presentó ante el comienzo del puente de piedra, y permitió que los minotauros
lo vieran, esperó a que pasaran los primeros instantes de duda, percibió cuando
sus enemigos se pusieron en guardia, e incluso se forzó a tener paciencia
durante la primera fracción de segundo en que los hombres toro levantaron las
hachas y cargaron en su contra, solo entonces liberó parcialmente al lobo
dentro de sí, no fue una liberación total, pero fue lo suficiente para que su
cuerpo se incrementara en tamaño y fuerza, poderosas garras crecieran en sus
manos, fieros colmillos asomaran en su boca, y una furia asesina embargara su
cuerpo y mente.
Corrió tres largos pasos hacia sus
contrincantes al tiempo que sentía como su lobo interior se desesperaba por
salir y destrozar a los enemigos, en ese momento, tensó sus musculosas piernas
y se catapultó al aire, en un salto que dibujó una amplia curva hacia el centro
de la formación minotauro que marchaba en su contra, y terminó en un suave
aterrizaje, posterior a un mortal simple para estabilizar el cuerpo. La
estrategia de Warshack logró confundir a
los guardianes de la torre durante un par de segundos, y mientras los hombres
toro de mas de dos metros de altura intentaban comprender en que momento había
perdido efectividad su formación cerrada, un remolino de garras y colmillos
arremetía en contra de la pareja minotauro que cuidaba la retaguardia,
abriéndoles heridas mortales en pecho y garganta.
Los minotauros que iniciaban la carga
giraron contra su agresor con las hachas levantadas solo para encontrarse de
frente y muy cerca de dos compañeros que intentaban retroceder para ganar el
espacio que sus armas requerían con el fin de detener el dantesco espectáculo
de los guardianes que el licántropo destrozaba con sus garras. Pero ya el hombre lobo cargaba contra ellos,
haciendo que el estrecho puente resultase un espacio insuficiente para la reunión que gestaban los
dioses de la guerra y la muerte. La carga de Warshack lo llevó a golpear con
fuerza el pecho del minotauro más próximo a su derecha, lo cual arrojó al
gigantesco guardián sobre el borde de la estrecha plataforma hacia el vacío,
donde la muerte le puso cita algunos cientos de metros mas abajo. El agudo filo
del hacha de su contrincante mas próximo a su izquierda describió un circulo
cerrado y mordió con furia el hombro del licántropo, pero esto solo enfureció
mas a Warshack, quien aprovechando el asta del arma enemiga a modo de palanca,
levantó al minotauro sobre su cabeza y lo arrojó al vacío en el tiempo en que
el corazón tarda en latir dos veces. Sus reflejos de lobo le hicieron saltar
hacia atrás solo una fracción de segundo antes de que las hojas de acero de los
hombres toro golpearan el suelo en el mismo lugar donde se encontraba, el
ataque habría sido mas que suficiente para partirlo en dos, y aunque eso no
necesariamente signifique la muerte para un licántropo, sin lugar a dudas lo
seria para la misión que le debía realizar.
Warshack no esperó a que sus enemigos
reorganizaran su guardia, el hombre lobo retrocedió rápidamente en busca de la
seguridad que representaba el espacio entre su cuerpo y las armas de los centinelas.
- No me importa que clase de
ser seas, - susurró el minotauro mas próximo al hombre lobo. – no sufrirás
mucho, mi hermano y yo somos las hachas más rápidas de todo el ducado.
El licántropo examinó la posición de
sus rivales en el puente al tiempo que una sonrisa macabra se dibujaba en su
rostro; se encontraban lado a lado, uno de ellos un par de metros mas
adelantado que el otro, aquello le recordaba una antigua leyenda oriental que
le había contado su maestro, y este le parecía el momento apropiado para
determinar cuanto había de cierto en ella. Warshack mostró sus garras y
colmillos en un reto visual hacia sus enemigos para aumentar la tensión en el
ambiente, y cuando esta se hizo insoportable, saltó hacia sus enemigos con toda
la fuerza que podían lograr sus piernas.
El hombre lobo saltó con el cuerpo
extendido a través del pequeño espacio que quedaba entre sus enemigos, y estos
intentaron darle alcance con sus hachas; el que se hallaba mas adelantado
obligó a su arma a describir un arco horizontal de izquierda a derecha,
buscando golpear a su blanco en la espalda, pero al ser el licántropo mas rápido,
su golpe terminó en el vientre del otro minotauro, solo milésimas de segundos
antes de que el hacha de este descargara un pesado y certero golpe en la cabeza
de su compañero. Warshack rodó sobre el puente al aterrizar, se levantó con la
velocidad con que ataca una serpiente de dos cabezas, y giró para encarar a sus
atacantes, pero para entonces, estos ya estaban muertos. La leyenda que le
había contado Ian Dalton hablaba sobre como un señor feudal organizó un duelo
para determinar cual de los dos guerreros mas rápidos del reino era el mejor
para encomendarle una peligrosa misión, el duelo acabó en la muerte de ambos héroes,
dejando al señor sin campeón.
La herida en el hombro comenzaba su rápido
proceso de regeneración cuando warshack ingresó en la torre con todos sus
sentidos excitados, por lo que se vio obligado a detenerse y forzar al lobo
interno a replegarse en su interior, en ocasiones, la percepción extrema de su
parte animal podía llegar a enceguecer la razón, situación nada práctica en
esos momentos. Frente a él se encontraba un estrecho pasillo de dos metros de
largo, que terminaba un las sinuosas escaleras de caracol que ascendían hasta
la terraza superior. Warshack se dirigió hacia las escaleras con la
determinación que lo caracterizaba, solo para sentir su cuerpo caer al vacío
cuando el suelo cedió bajo sus pies, afortunadamente, alcanzó a impulsarse
hacia delante y afianzar sus manos en el borde del foso para evitar su caída,
izarse fuera de la trampa le tomó solo un par de segundos, pero tardó mas de
medio minuto en sobreponerse a la imagen del fondo de esta, donde una multitud
de filosos picos de hierro se levantaba hacia él, en medio de las gigantescas
ratas que deambulaban listas a alimentarse de cualquier cadáver destrozado por
la trampa. Mientras cerraba los ojos y pensaba que de nada le habría servido su
licantropía si su cuerpo quedaba destrozado y dividido en los estómagos de las
ratas. El hombre lobo subió las escaleras con sumo sigilo y mayor cuidado.
En la parte superior de la torre se
alzaba una serie de columnas que corrían paralelas formando un sendero hasta
llegar a un altar de piedra, tras el cual, una estatua de bronce representando
aun ser demoníaco con alas de reptil, cuernos y colmillos dominaba la escena
con sombría mirada. Frente a este demonio metálico, sobre el altar, Warshack
divisó el pergamino que había desencadenado su viaje.
El hombre lobo dio un paso en
dirección al altar de piedra antes de que todos sus sentidos se dispararan en
un frenesí de advertencias; para nadie es un secreto que ciertos animales
pueden intuir el peligro de forma sobrenatural, y el licántropo comparte esa
habilidad, por lo que observó con detalle todo cuanto lo rodeaba. El cielo se había
despejado, y la atmósfera en la terraza de aquella torre parecía conjurar
peligros desconocidos.
- Esto es demasiado fácil, -
murmuro el licántropo para si mismo – es como si el mismo demonio de bronce me
ofreciera el pergamino, o me retara a tomarlo frente a él.-
Luego de considerar la situación por
algunos segundos, Warshack extrajo de su cinturón cuatro pesadas esferas de
acero, muy útiles para derribar a un hombre a distancia o como distractores
sonoros, y las arrojó sobre el sendero que llevaba hacia el altar. En cuanto
las esferas tocaron el suelo, una rápida sucesión de rayos luminosos emergió de
los ojos de la demoníaca estatua, convirtiendo las esferas en pequeños charcos
de metal liquido. El licántropo casi rió por lo predecible de la trampa, y
tomando dos pasos de impulso saltó hacia la primera de las columnas del lado
derecho, con un giro en el aire logró que sus piernas, actuando como resortes,
lo impulsaran hasta la siguiente columna del lado izquierdo, donde repitió la
operación para ir a aterrizar sobre la cabeza del demonio.
Una vez allí, apunto con su brazo derecho
hacia el pergamino, y con un ligero movimiento de muñeca, el brazalete metálico
disparó una aguda punta de acero celestial, el metal mas duro del mundo, atada
a un delgado cable de acero que atravesó el pergamino plegado. Se trataba de
uno de los inventos mas perseguidos en el mundo; se les llamaba brazaletes
arpón, habían sido creados por un grupo de ingenieros enanos como herramienta
para los mineros que debían bajar a los pozos de trabajo más profundos, y eran
un mecanismo de seguridad soberbio, dentro del brazalete, un pequeño complejo
de resortes del mismo metal que la punta, recogía el cable levantando al
portador del brazalete fuera de cualquier peligro de derrumbes.
Los mineros apreciaron mucho este
artilugio, pero los ladrones le hallaron mas funciones; como Warshack, quien
pensó que al Sr. Winston no le importaría recibir el documento un poco
agujereado, con tal de tenerlo en sus manos. Con otro movimiento de muñeca, el cable se
replegó dentro del brazalete, trayendo consigo el tratado de paz entre las
casas de Lendal y Brizho, el hombre lobo lo retiró del pequeño arpón y le
dedicó una ligera mirada, no era nada especial, un documento de estado con el
escudo de ambos ducados, sellado con lacre verde. Se disponía a guardarlo y
huir cuando escucho los aplausos con aquella lenta cadencia.
- Muy impresionante, se ve que
eres de lo mejor. – quien hablaba era una hermosa mujer, se veía que no hacia
mucho que había dejado la infancia, su cabello era rubio y su piel de
porcelana, su cuerpo apenas era cubierto por una túnica roja, que a pesar de
ser larga y amplia, tenía extensas aberturas a los costados para exhibir las
formas de su portadora. – Debes ser un ladrón muy intrépido para atreverte a
entrar a la fortaleza de mi padre, cuando reciba tu cabeza al amanecer se
sentirá orgulloso de su hija.-
La muchacha levantó ambos brazos y
empezó a entonar un cántico lúgubre, pero lo que fuera que pretendía conseguir
con su magia, era demasiado tardío para un ladrón experto; Warshack extrajo de
su cinturón un pequeño shuriken, una afilada estrella de metal, y la arrojó
contra el muslo de la joven, no era su intención matarla, solo pretendía
interrumpir su conjuro y dejarla fuera de combate, objetivo que consiguió
cuando la estrella hirió a la muchacha. Rhina, que era el nombre de la joven,
se llenó de ira cuando sintió que perdía la concentración, pero esta se
trasformó en pánico al ver al ladrón saltar hacia ella, con desespero busco
entre las mangas de su túnica un pequeño filtro de vidrio, y lo lanzó al
intruso cuando este se encontraba a solo dos pasos de atraparla. El filtro
explotó con una llamarada de fuego verde que arrojó al ladrón un par de metros
hacia atrás, y chamuscó ligeramente sus ropas. Aquella explosión habría sido más
que suficiente para dejar fuera de combate a cualquier hombre por unas horas,
pero Warshack no era un hombre, cuando Rhina se acercó para examinar a su
rival, el licántropo aprovechó su descuido y desde el suelo, lanzó una veloz
patada al mentón de la joven, dejándola sin sentido.
El experto ladrón se incorporó,
dispuesto a recoger el pergamino que la explosión había arrebatado de sus
manos, y huir de la fortaleza enemiga antes de que los guardias vinieran a
inspeccionar a que se debía tanto alboroto, pero para su desgracia, descubrió
que el importantísimo documento se hallaba convertido en un amasijo de cenizas,
al parecer, durante el fogonazo, las llamas lo habían alcanzado. La misión
había fracasado.
- No te irás sin darme la
cortesía de un combate, cierto.- la voz vino de su espalda, y cuando el hombre
lobo la encaró, encontró a un sujeto alto y fornido, vestido únicamente con un
taparrabo de tela de color rojo, y un turbante del mismo color que cubría sus
facciones. – Es lo menos que espero de un colega.-
- ¡El ladrón del la cofradía
del velo rojo!, no me iría sin devolverte la atención que le diste a los
soldados de Lendal.- respondió al tiempo que intentaba calcular cuanto tardarían
los guardias del palacio en llegar hasta allí.
Los dos ladrones giraron en el poco
espacio disponible midiendo el alcance de su adversario, lo que siguió fue una
verdadera cascada de ataques, defensas, contra defensas y contra ataques como ningún
maestro de artes marciales podría explicar. Ambos combatientes eran expertos en
múltiples estilos, y cambiaban de uno a otro buscando confundir a su
adversario, el sujeto del turbante atacaba el rostro de Warshack con golpes de
serpiente, avanzaba con garras de tigre, alejaba a su contrincante con
repetidas patadas circulares con ambas piernas, e intentaba atraparlo en
poderosas coses saltando, pero el licántropo poseía el entrenamiento de uno de
los mas grandes maestros del mundo, evitaba a su enemigo con los giros del
mono, atacaba desde el suelo con patadas giratorias, realizaba agarres e
inmovilizaciones a brazos y piernas, y a veces, peleaba sucio lanzando cortos
ganchos a los riñones y rodillazos a los testículos. Más que una lucha parecía
una coreografía entre dos bailarines, con la diferencia de que ninguno meditaba
sobre sus movimientos o los del contrario, solo reaccionaban por reflejo.
Después de algunos momentos, Warshack
pareció entrever un cierto patrón en los golpes que lanzaba su oponente, y sin
medir mayores riesgos se arriesgo a anticiparse a la patada lateral que lanzaría
el hombre del turbante; giró su cuerpo dándole la espalda a su rival y al
tiempo ingresando en su guardia, y cuando este lanzo la patada, la pierna pasó
rozando el costado del hombre lobo, oportunidad que este aprovechó para
atraparla con un brazo, y golpear la rodilla con el codo del otro. No esperó a
que su contrincante se recuperara del dolor, lanzo repetidos codazos a las
costillas y al cuello de este, atrapó su cabeza y lo arrojó sobre su cuerpo,
donde terminó el combate con una patada al pecho del hombre que yacía sin
sentido.
Antes de huir, Warshack se tomo
algunos instantes para asegurarse una ultima victoria psicológica sobre sus
rivales, después de eso invocó a su grifo, y voló de regreso al ducado de Lendal.
Cuando las primeras luces del alba
iluminaron aquella torre, sorprendieron al ladrón del turbante y a la hija del
duque desnudos, atados de pies y manos, y colgando a varios cientos de metros,
de las almenas de aquel templo.
* * *
Dos niveles bajo la superficie
empedrada de la calle, en una oficina fuertemente iluminada por globos de luz
mágica, donde una multitud de informes, proyecciones, estadísticas, y otros
documentos menos mundanos amenazaba con sofocar el poco espacio libre que
quedaba en la superficie del enorme escritorio de ébano, el anciano de largas
patillas y poblado bigote que se esforzaba en mantener unido el ducado frente a
la multitud de carroñeros que buscaba arrebatárselo al joven duque, escuchaba
los últimos detalles de la fallida operación. Frente a él, del otro lado del
escritorio, se hallaba un individuo de estatura mediana, vestido con pantalones
negros y botas altas de montar, y una amplia gabardina de color café claro
ajustada a la cintura; llevaba la abundante cabellera peinada hacia atrás, y su
rostro de facciones fuertes evidenciaba una ligera sombra de barba.
- Es una verdadera lastima que
se perdiera aquel tratado, general. – afirmó el Sr. Winston. – pero dado que
logró tenerlo en sus manos, ¿no recordará por ventura de que color era el lacre
que lo sellaba?-
La pregunta dejó fuera de base al
licántropo; dadas las circunstancias, y ante la inminencia de un conflicto con
los duques de Brizho, la ultima de las preocupaciones del ministro secreto del
duque, debía ser el color del sello de lacre. Aun así, la infalible memoria del
hombre lobo reaccionó de forma refleja.
- Verde, podría poner mi vida
en juego por asegurarlo, era verde.-
- Muchas gracias general, una
vez mas, acaba usted de salvar al duque, alguien debería buscar un cronista que
reseñara todas sus glorias por escrito, para que en un futuro, la gente sepa de
los grandes sacrificios que usted realizó por este reino. – Recitó el anciano
al tiempo que extraía un documento de uno de los cajones del escritorio, le
dedicó una ojeada por medio segundo y luego lo giró para permitir que Warshack
lo detallara. Cuando la sorpresa en el rostro del licántropo fue más que
evidente, el viejo ministro dobló el documento con delicadeza, y estampó el
sello de Lendal con lacre verde, luego extrajo del mismo cajón un pequeño sello
de oro, y lo afirmó contra la pasta, dejando en ella el escudo de la casa de
Brizho.
- Usted pudo hacerlo desde el
principio, ¿por que entonces el teatro en el bosque?, ¿por que la misión y el
riesgo?, usted ya tenia una falsificación del tratado, tanto riesgo ¿solo para
averiguar el color del sello?-
- Tranquilo general. –
respondió el ministro al ver como los ánimos del hombre lobo empezaban a
caldearse. – Esto solo era una segunda opción, en caso de que algo saliera mal
en su misión. Y demostró no estar de más, para cualquier entrometido, un
operativo de Lendal recuperó el documento. Solo me preocupa un cabo suelto,
¿Qué será de la bella Daghnes una vez que todo se sepa?-
- No le sucederá nada si sigue
las instrucciones de mi nota, le dejé suficiente dinero para que escapara de
ese lugar en la primera caravana, podrá hacerse una nueva vida en cualquier ciudad,
comprar una posada, o alguna otra cosa.-
Una ligera sonrisa se dibujó en el
rostro del anciano, lo que decían del licántropo era cierto, por muy duro que
pareciera su exterior, en lo mas profundo, era blando. Si su oficina hubiera
tenido ventanas, lo habría visto atravesar la plaza frente al palacio de
gobierno mientras se alejaba, con las minúsculas gotas de lluvia golpeando su
espalda, de regreso a lo profundo del bosque nebuloso, lejos de las oscuras
callejuelas de la ciudad de Lorthath, ya lo llamarían de nuevo si volvían a
necesitarlo.
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