WARSHAK: DUELO ENTRE LADRONES




La noche no podía ser mas propicia, era fría como las elegantes mujeres que frecuentaban los casinos del distrito de las mansiones, y la recorría un viento tan fuerte como un bárbaro de las tierras de Bardar Hu. Tanto el viento como el frío, habían logrado que los pocos transeúntes que pudiesen exponerse a esas horas de la madrugada por las oscuras callejuelas de la ciudad de Lorthath, en su mayoría asaltantes y ladrones, decidieran tomar una noche de descanso, por otro lado, el invierno estaba próximo a comenzar, razón de mas para buscar el abrigo de las carnes de una pareja, o en su defecto, una buena cobija.

Un reducido grupo de seis hombres, vestidos y armados con los uniformes   de color negro y plata de la armada Lorthaniana, dio su respectiva ronda a la parte este del palacio de gobierno, rodeando la intrincada red de torres y edificios intercomunicados que se formaron con el transcurrir de los últimos treinta años, a medida que el ducado creaba nuevas instituciones para ayudar al duque de Lendal en la administración del feudo. El cabo que dirigía la ronda resintió la ráfaga de viento que golpeó su espalda en forma inclemente, y pensó con la brillantez de un sabio, que la armadura de mallas que portaba, más que protegerlo, parecía conspirar para lastimarlo esa noche.

Los pensamientos de la patrulla, no se alejaban del clima inclemente, razón tal vez valida, para que no notaran la oscura silueta que se acostó a su paso en el pequeño canal de desagüe que cruzaba la gigantesca plaza en cuyo centro se erguía el palacio de gobierno. Los guardias habrían percibido algo, si la luna no se hubiera encontrado en su etapa de menor brillo, y si las nubes no se hubieran encargado de bloquear el ligero fulgor de las estrellas, pero aunque algunos pudieran decir que la naturaleza confabulaba a favor de la misteriosa silueta que se escabullía por la noche, no seria mas que restar meritos al experto profesional que había sabido escoger el momento adecuado para su trabajo.

Una vez que la patrulla avanzó lo suficiente para cruzar el ángulo de la siguiente torre, la silueta se incorporó con premura, revelando el musculoso cuerpo de un hombre vestido únicamente con un taparrabo de tela de color rojo, sandalias ligeras, y un turbante del mismo color que cubría sus facciones, colgaba de su hombro una bolsa de cuero gruesa, y de su cintura una daga hecha enteramente de cristal, y un par de bastones de pelea de la madera mas negra y dura existente. El fornido individuo, cuyo cuerpo parecía la imagen viviente de la fortaleza humana, cruzó la plaza con rápidas y silenciosas zancadas, hasta alcanzar la base de uno de los muros exteriores del palacio de gobierno, apoyó su espalda contra la muralla para disimular su figura con las amplias piedras, examinó la solitaria plaza a lado y lado con un rápido movimiento de cabeza, y con una exhibición soberbia de fuerza, afianzó sus manos desnudas en la mas mínima grieta que pudo encontrar en la roca, para escalar su superficie. Cualquiera que hubiese visto aquella araña humana subir por el muro del palacio habría pensado que se encontraba soñando o borracho, y que aquella habilidad para trepar se debía al efecto de algún conjuro mágico, nada mas alejado de la realidad.

Aquel ladrón había sido entrenado por la secta de los asesinos de la hoja invisible, su aprendizaje había tardado años, y la proeza que efectuaba escalando aquel muro, no era nada que no hubiese realizado con anterioridad.

El sujeto del turbante alcanzó una pequeña ventana de no mas de un metro y medio de ancho, cubierta por gruesos barrotes de acero, a los que el extraordinario escalador se aferró con una sola mano, al tiempo que forzaba su mente a abstraerse de todo lo que lo rodeaba, todas sus energías se concentraban en que su mano derecha, rígidamente extendida, adquiriese una dureza perfecta.

Una ligera capa de sudor frío se acumuló en la espalda y en el labio superior del corpulento individuo, pero no se debía al esfuerzo de estar suspendido a diez metros de altura, y sostenido por un solo brazo y por las piernas apoyadas contra el muro, el sudor era producto de un esfuerzo mental que muchos hombres no lograrían ni aun si les fuera la vida en ello. Una vez que sintió que la paz y la seguridad inundaban su alma, descargó dos golpes sobre los cuatro barrotes del extremo derecho de la ventana, el primero en la parte superior, y el segundo en la inferior, la mano cortó el acero como si se hubiera tratado de palillos de madera seca, y los barrotes cayeron al interior de la habitación con un tintineo metálico al tiempo que el sujeto se introducía por la abertura que habían dejado.

El individuo del turbante se irguió en el centro de un estrecho pasillo, donde sus músculos acerados, y sus casi dos metros de estatura parecían ocuparlo todo. El ladrón, pues esa era su profesión, avanzó a pasos cortos por el estrecho pasillo hasta alcanzar un amplio salón decorado con armaduras de los más diversos estilos y colores, y una multitud de armas colgadas de las paredes. Sabia que se hallaba en el lugar correcto, bastante tiempo le había llevado encontrar algún funcionario dispuesto a informarle como llegar a la bóveda que buscaba. El trabajo se había hecho con mucho cuidado para no levantar sospechas y comentarios indeseables sobre la operación. Al fin, después de un par de semanas, y una gruesa suma de dinero, había dado con un incauto lo suficientemente desesperado como para arriesgarse a revelarle la entrada secreta a la bóveda numero cuatro del palacio de gobierno. Por supuesto, el sujeto no vivió para que pudiera identificarlo, y su muerte fue atribuida a un robo en uno de los múltiples callejones de la ciudad.

El sujeto del turbante se inclinó al lado de la base de una armadura de color rojo brillante, examinó cada una de las piezas que la componían, y a punto estaba de tocar el guantelete derecho, cuando escuchó pasos que se acercaban. No tuvo tiempo de encontrar una ruta de escape, sacó un bosquejo de mapa, dibujado por su informante minutos antes de morir, de su bolsa de cuero, pero antes de poder hallar la ruta prevista para evadir a los guardias, un grupo de seis de estos, se hallaba en la entrada de la sala de armas mirándolo con la sorpresa dibujada en el rostro.

El ladrón no dudó un solo segundo, su primer movimiento fue desenfundar la daga transparente, hecha enteramente en cristal de acero, y lanzarla a la garganta del último de los vigilantes cercenando su vida en forma instantánea. Los hombres de la patrulla de la armada, siguieron la trayectoria de la daga con la mirada por actitud refleja, y no se habían recuperado de la sorpresa de la muerte de su compañero, cuando el sujeto del turbante ya se hallaba entre ellos, armado con los dos bastones de pelea, y lanzando golpes a diestro y siniestro.

El ladrón era un combatiente experto, sus primeros golpes se dirigieron a las gargantas y los esternones de sus contrincantes con el fin de ahogar sus gritos de alarma, para cuando ellos quisieron reaccionar, ya habían perdido la batalla. En un espacio reducido, un grupo de hombres acostumbrados a trabajar en equipo y a seguir órdenes de un superior, sorprendidos con sus armas enfundadas y sin espacio para maniobrar, solo puede ser presa del pánico, lo cual los convierte en algo menos que chiquillos atemorizados buscando escapar de un maestro furioso. El ladrón rompió brazos, cráneos y rodillas antes de rematar a sus victimas quebrando sus vértebras con fuertes patadas. Casi parecía como si el fragor del combate lo hiciera entrar en cierto tipo de frenesí que lo impulsara a buscar la muerte de cualquiera que estuviese cerca.

Cuando el combate terminó, seis hombres yacían muertos en el suelo. El hombre del turbante se dirigió a la armadura que examinaba segundos antes, y sin dudarlo, giró el guantelete derecho hasta que el pulgar señalara el suelo, momento en el cual, la base sobre la que descansaba la armadura, se deslizó hacia un lado, dejando al descubierto, un grupo de escaleras que descendían hacia la oscuridad.

El guerrero de los bastones descendió cada peldaño como si esperara que de un momento a otro, la muerte se abalanzara sobre él, en cada mano llevaba una de aquellas porras cortas que había utilizado efectivamente para deshacerse de la patrulla en la sala de armas, pero no fue si no hasta el final de la escalera, donde halló el peligro que esperaba. Un par de guardias, con las espadas cortas desenvainadas, esperaba atentos al merodeador que había descendido por la escalera. Los soldados intercambiaron una mirada de aprobación antes de lanzarse al mismo tiempo contra aquel intruso de gigantesca musculatura y rostro cubierto. Sin embargo, la táctica de ataque simultaneo por dos flancos no intimidó el lo absoluto al ladrón, este bloqueó al mismo tiempo la puñalada baja que venía por la izquierda y el mandoble enviado a su cuello por la derecha, giró sobre si mismo rápidamente, y se encontró a la espalda de sus atacantes. Pudo haberlos derribado a ambos con rápidos ataques a la base de sus cuellos provocándoles la inconsciencia, pero el sujeto del turbante aun quería mas diversión, así que solo atacó a uno se los guardias, lo golpeo con ambos bastones en la base de la espalda hasta romper un par de vértebras. El segundo guardia giró para encararse a su contrincante, y lanzó una profunda puñalada con su espada corta al rostro cubierto de este en el mismo momento que su compañero caía al suelo con la espalda fracturada. El ladrón esquivó la espada de su enemigo con una rápida inclinación lateral de cabeza, giró su cuerpo hacia un lado para salir de la trayectoria del arma atacante, y descargó repetidos golpes con los bastones en el brazo extendido del guardia, rompiéndolo en varios lugares y desarmándolo. Este retrocedió alarmado al verse indefenso ante aquel sujeto, pero el ladrón no dio muestras de intentar detenerlo cuando corrió a refugiarse hacia el pasillo que se abría mas allá de la escalera, el mismo que debía haber custodiado con su compañero, pero sobre el cual tenia ordenes estrictas de no cruzar. El guardia no avanzó más de dos pasos por el pasillo, su cuerpo se contrajo en fuertes espasmos de dolor cuando incontables descargas eléctricas de brillo azuloso lo fulminaron, dejando cerca de su cadáver, el penetrante olor a carne quemada.

Bajo el grueso velo que cubría el rostro del ladrón se dibujó una sonrisa, estaba enterado que su objetivo estaba protegido por trampas mágicas, y aunque desconocía la naturaleza y la ubicación de estas, había venido preparado para evitarlas, la inesperada muerte del guardia solo había alertado sus sentidos y evitado una sorpresa desagradable.

El ladrón se agachó en el comienzo del pasillo, y con la escasa luz que emanaba de una lámpara colgante examinó el suelo que se extendía frente a él, sus ojos no descubrieron ninguna característica especial en las baldosas blancas y pulidas, así que abrió la bolsa que colgaba de su hombro y extrajo un par de lentes de color verdoso que cubrían sus ojos en totalidad, y los sujetó a su cabeza por medio de un ajustado elástico. De inmediato, la visión del pasillo cambió, los lentes de visión mágica habían cumplido su cometido, podía percibir un brillo dorado emanando de algunas baldosas, e incluso de ciertos ladrillos de la pared, ahora solo se trataba de no tocar los puntos brillantes.

El musculoso hombre del turbante avanzó por el pasillo como un bailarín que realizaba extraños brincos y pasos cortos evitando las trampas mágicas, hasta que su improvisada danza lo llevó frente a una puerta metálica, construida en un misterioso metal negro, brillante y frío, sobre cuya superficie había sido tallado en alto relieve la cabeza de un tigre rugiente. A la luz verdosa de los lentes de visión mágica, la puerta brillaba intensamente con un fulgor rojizo, señal inequívoca de la más poderosa magia.

Después de analizar por unos segundos la impresionante puerta, el intruso introdujo su mano en la bolsa que colgaba de su hombro, y extrajo un pergamino enrollado sobre si mismo, y atado con un cordel negro. El solitario ladrón soltó el cordel y extendió el pergamino ante si, al tiempo que se admiraba del brillo que refulgía de las letras grabadas en el documento. Se esforzó en controlar todas sus emociones, y cuando lo hubo conseguido, se concentró en la pronunciación y entonación exacta de lo que debía realizar, solo entonces recito en vos alta:

-       Phroper ille grandhis Yhale, thuus potherephothes ceshsareg agora, permitthiere mihiego passus, aperireh thuus interagnea ans mihiego.- la voz que abandono la garganta del ladrón era profunda y gutural, tal como le habían enseñado que debía ser para la correcta pronunciación del conjuro.

Durante un segundo le pareció que no ocurría nada, su mirada se fijaba con suprema concentración en aquella puerta, y lo sorprendió el calor del fuego cuando el pergamino se consumió, una vez que su magia había sido gastada. El individuo del turbante dejo caer los restos encendidos del pergamino en el mismo instante en que los ojos del tigre brillaban, y la puerta se abría dándole paso franco.

La habitación a la que daba acceso la puerta blindada era la imagen mas impresionante que el ladrón del turbante había visto en su vida, se trataba de un área de ocho metros cuadrados, la mayoría de los cuales se hallaba cubierta por una pequeña montaña de monedas de oro, de entre estas, sobresalían diversas armas y escudos engastados con piedras preciosas, y algunas joyas. El ladrón ignoró todas las riquezas esparcidas por el suelo, y centró su atención en los estrechos y profundos nichos que cubrían las paredes de la habitación, caminó con resolución entre monedas que aliviarían con creces las necesidades de miles de almas, y concentró sus esfuerzos en estudiar uno de los nichos. Se trataba de pequeños cubículos de veinte centímetros de altura por veinte de ancho, con unos treinta centímetros de profundidad, al final de los cuales podía verse una pequeña puerta hecha en el mismo metal negro que había visto en el blindado portal con cabeza de tigre. Por desgracia, se le habían acabado los pergaminos de llamado a la puerta, y sin conocer el comando mágico correspondiente, solo tenía una oportunidad de forzar una de aquellas cajillas de seguridad.

El musculoso bribón no se desmoralizó por aquel inconveniente inesperado, buscó con rapidez el nicho marcado en la parte superior con el número veintiséis, y frente a este, extrajo del bolso que portaba un par de guantes de piel, largos hasta los codos y tan gruesos como la epidermis del dragón negro que había actuado como involuntario donante, con la actitud de un cirujano de nuestros tiempos, se colocó los guantes en las manos, rebuscó una vez mas en su bolso y extrajo un pequeño frasco de cristal, el cual trató con la reverencia que requiere una novia virgen. Retiró la tapa del frasco, y en cuanto vio que el líquido contenido en este empezaba a humear, lo arrojó al fondo del nicho, donde en menos de diez latidos de corazón, el poderoso ácido empezó a carcomer la mágica puerta metálica.

El ladrón contempló embelesado la destrucción del poderoso obstáculo, hasta que pudo ver el contenido de la bóveda, un documento de pergamino amarillento, enrollado sobre si mismo, y sujeto por una cinta verde. Estuvo a punto de introducir la mano para retirarlo antes de que el ácido lo atacara, pero entonces recordó que la primera regla de todo buen ladrón, es la precaución extrema, los riesgos sin sopesar suelen acabar con las vidas de muchos aventureros, y el no quería que ese fuera su caso. Examinó con cuidado, y a la luz de una antorcha retirada del muro más cercano, las paredes del interior del nicho, hasta que descubrió la pequeña rendija en el muro superior, tan bien disimulada, que de no ser por el mortal brillo metálico de la hoja que ocultaba, habría pasado desapercibida hasta para el mejor de los ingenieros enanos.

El misterioso intruso, utilizando uno de sus bastones de pelea a modo de seguro, bloqueó en su lecho, la peligrosa cuchilla destinada a cortarle la mano a quien la introdujera en aquel lugar. Una vez que se sintió seguro de que no había más trampas, retiró el pergamino, lo introdujo en el bolso, retiró el bastón que bloqueaba la trampa, salió utilizando la misma ruta por la cual había entrado, y se esfumó en la noche. Fue un robo casi perfecto, casi, por que había cometido un error.

*  *  *

Durante los años que siguieron a aquella famosa aventura de las almas felices, en esa horrible época de caos y guerras internas y externas en las cuales el trono careció de rey, el joven duque de Lendal retuvo su poder gracias, en gran parte, al escrupuloso trabajo de quien fuera su ministro secreto. Y aunque ahora, muchos años después, se acuse al sujeto conocido solo como Sr. Winston de tirano, manipulador, e incluso conspirador, no se puede negar que hubo una época, en que el frágil puño de aquel anciano casi invalido, defendió a Valentharia de todo aquel que osó atreverse a ponerla en peligro, y en esta ocasión, no fue la excepción.

El anciano debió medir durante sus mejores años cerca de un metro con ochenta, pero la edad, y algún accidente en su columna vertebral que lo obligaban a caminar apoyándose en un par de bastones, habían reducido su esbelta figura a menos de uno con setenta. El cabello se había vuelto completamente gris mucho antes de que se viera obligado a cambiar de identidad para ocultar su pasado, y las patillas habían crecido para unirse a aquel bigote que se había negado a cortar,  aun así, las arrugas de su rostro y de sus manos hacían tan buen trabajo, que prácticamente nadie descubrió mientras vivía, que quien fuera alguna vez el hombre mas poderoso del ducado, había sido en un remoto pasado, el mejor ladrón de la ciudad de Lorthath.

El anciano no se hallaba solo, una escolta de doce paladines de la tormenta, vestidos con armadura de campaña y montando en briosos corceles de batalla lo acompañaba, el Sr. Winston no cabalgaba por supuesto, viajaba en un carruaje tirado por cuatro corceles de color negro, y el emblema de la casa de Lendal, un águila de oscuro color sable con las alas extendidas sobre un campo azul y plateado, decoraba la puerta. Todo este impresionante desfile militar, que habría hecho sentir envidia al más fiero general, avanzaba en silencio por uno de los pocos senderos ligeramente anchos del bosque nebuloso.

Los cascos de la montura del teniente del grupo de paladines, usualmente el último en la formación para que cuide la retaguardia, sonaron como tambores en los oídos del anciano, entrenado para escuchar caer un alfiler a diez pasos de distancia. El caballo galopó resoplando de incomodidad hasta alcanzar la altura de la portezuela del carruaje.

-       Mi señor.-  se presentó el paladín intentando tranquilizar a su montura al tiempo que se dirigía al anciano – hemos recorrido este bosque por cerca de doce horas, si ese sujeto no quiere ser hallado, dudo mucho que podamos dar con él.-

El viejo ministro miró al teniente de paladines sobre aquel corcel de batalla de color blanco, era una imagen impresionante, un hombre musculoso, cubierto por una gruesa armadura de batalla de color gris oscuro, con la túnica negra y roja de su orden ondeando al viento, y el yelmo de batalla cubriéndole el rostro para infundirle a cualquier enemigo un tinte de terror psicológico.

-   Tranquilícese teniente – afirmó el anciano con el mismo tono con que un padre explica a un hijo las verdades de la vida – lo que buscamos, no es encontrarlo, es hacer que él nos encuentre, estoy seguro que debe estar observándonos en este momento.-
-       No veo para que puede necesitar a ese sujeto. – Alegó el paladín – cualquiera de nosotros estaría más que feliz de dar su vida en una misión para usted y para el duque.-
-       De eso se trata precisamente. – interrumpió el Sr. Winston con una sonrisa en los labios – este sujeto vendería muy cara su vida, y lo mas seguro es que no muera en el trabajo que deseo encomendarle, eso es mas importante para mi y para el duque, que emplear a un mártir.-
-    Como ordene, mi señor. –fue la respuesta del guerrero – en ese caso, si me lo permite, ordenaré a los hombres un despliegue en espiral, tal vez eso ayude a que nuestro hombre nos encuentre…-
-     Eso no será necesario señor Warshack... – interrumpió el anciano mientras veía como, tras el metálico yelmo, los oscuros ojos del jinete se abrían de par en par. – Le garantizo que ninguno de estos hombres quiere lastimarlo, ahora si me dice que hizo con el teniente de mi guardia, y pasa a mi carruaje, podremos pasar a temas mas importantes.-

Una  ligera sonrisa se dibujó en el oculto rostro tras el yelmo, y eso, viniendo de un hombre que muy rara vez reía, era todo un tributo.

-   ¿Cómo hizo para descubrirme?, la voz era perfecta, igual que el porte y los ademanes. - interrogó el jinete.
-       Fueron varios detalles. –respondió el anciano – primero, su montura se mostraba nerviosa, tal vez debido a su “naturaleza animal”, segundo, mi teniente no es tan brillante como para sugerir un despliegue en espiral, y tercero, sus ojos son negros, los de mi oficial son azules. –

El jinete descabalgó en un solo movimiento, amarro el caballo a la carroza, y entró al reducido cubículo en el que viajaba el anciano, solo cuando se halló sentado frente a este, se quitó el yelmo, revelando un rostro firme; de cejas gruesas, labios rectos, y barbilla fuerte, la cabellera era abundante y oscura, y las mejillas mostraban una sombra de barba dispuesta a cubrir cualquier expresión en muy pocos días. Pero lo que más impresionó al Sr. Winston, fue la mirada; los ojos eran más negros que la mortaja de la muerte, y de una dureza que haría parecer al diamante tan blando como el barro mojado.

-       Dígame cual es el problema, y como puedo ayudar. – Dijo Warshack con aquella voz ronca y profunda que lo caracterizaba, la misma que arrancó las confesiones de los oficiales del ejército del fin del mundo durante la gran guerra.

El anciano no pudo evitar dedicarle una mirada de dos segundos al sujeto sentado frente a él, para admirar a una leyenda andante. Ese individuo, había sido parte del grupo de aventureros mas famoso de los últimos años, luego, había sido uno de los lideres de la resistencia contra la invasión del ejercito del fin del mundo, donde había alcanzado el rango de general, bajo el mando de Ian Dalton, quien lo entrenó hasta hacerlo el operativo mas efectivo de toda la guerra, y por ultimo se había auto exiliado a lo mas profundo de un bosque donde las mas tenebrosas brujas se negaban a morar.

-       ¿Puede identificar esto? – interrogó el anciano al tiempo que extraía de su funda una daga hecha en cristal de acero, misma que había sido abandonada en la escena de un crimen el día anterior.

Warshack tomó la daga con la misma delicadeza con que habría acariciado a su primogénito de haberlo tenido, la estudió cuidadosamente durante unos segundos, mientras la prodigiosa maquina de su cerebro extraía sorprendentes cantidades de información sobre todo tipo de armas, datos que su mentor le había obligado a memorizar para uso eventual en la riesgosa profesión que ejercía.

-      Se trata de un arma hecha por las tribus del desierto Zamraphel, es el tipo de daga preferida por la cofradía del  velo rojo, y si mi olfato no me engaña, alguien fue herido con esta arma recientemente.- afirmó el poderoso licántropo rápidamente.
-   Excelente, general. – fue la respuesta del anciano ministro, quien empleo el antiguo rango de la gran guerra con el ladrón a manera de cortesía. – Mis taumaturgos no habrían podido hacerlo mejor en tan poco tiempo, también aseguran, que el dueño de esta arma, se dirigió al ducado de Zamraphel, donde perdieron su rastro.-
-    ¿Qué es lo que quiere que yo haga? – interrogó Warshak al anciano, evidenciando una vez mas, que él era un hombre de acción mas que de palabras.
-       El dueño de la daga – Explicó el anciano al tiempo que se alegraba de contar con el interés del operativo que requería, aun antes de haber aclarado cual era la situación.-  sustrajo de las bóvedas del palacio de gobierno, el tratado de paz entre Lendal y Brizho; los representantes de estos ducados, deben reunirse en seis días para ratificar ese tratado.  No presentar el documento, en el clima político que gestan los diferentes herederos al trono real, puede ser tomado como una provocación, y lo último que queremos es una guerra civil. Lo que quiero – aclaró el anciano, que jamás hacia este tipo de peticiones a nombre del duque. –es que recuperes ese documento por mi.-

Warshack había estado escuchando con la mayor atención posible, buscando que su mente no solo grabara las palabras, sino también las intenciones, y el lenguaje corporal del anciano, sabia por experiencia que esa información nunca estaba de más, al mismo tiempo, aprovechaba para retirar de su elástico cuerpo, las voluminosas y pesadas piezas de la armadura de batalla que le había servido para tomar el lugar del jefe de la escolta.

-       ¿Tiene alguna idea de por donde podría comenzar? – interrogó el antiguo general rebelde.
-    Hace años, existían rumores sobre el viejo duque de Zamraphel, se decía que adoraba a algún tipo de demonio de la guerra, empieza por allí, tiene mucha lógica pensar que exista una conexión con un tratado de paz desaparecido. Por otro lado, si necesitas algún tipo de ayuda para llegar hasta el desierto en tan poco tiempo, tal vez mis magos puedan…-
-    No se preocupe por mi Sr. Winston – fue la cortante respuesta del licántropo – mientras menos sepa sobre mis medios, mejor será para usted, para mi y para la misión. por cierto, si regresa por este camino, encontrará a su teniente atado al pie de un pino alto.-

Un movimiento rápido bastó para que Warshack abandonara el carruaje saltando a las cercanas ramas de un roble, para cuando la escolta del ministro secreto quiso seguirlo con la mirada, la silueta ya había desaparecido en la espesura.

*  *  *

El viento frío de una clara noche en los territorios de la región norte de Valentharia, donde el desierto se adentra hacia el mar como buscándole pelea, puede ser molesto para muchos, viene cargado de sal, deja una ligera capa de grasosa humedad, y cala hasta los huesos. Pero para el sujeto que volaba a unos trescientos metros sobre el suelo, en el lomo de un grifo de oscuro pelaje, ese viento solo traía la paz que antecede a cualquier situación de peligro extremo, y eso mas que inquietarlo, lo hacia sentirse cómodo, por que para Warshack, el licántropo ladrón, el mismo que había combatido a casi todas las criaturas del nuevo mundo junto a nombres que al igual que el suyo rayaban en la leyenda, el sujeto que había sido uno de los pilares contra la invasión del ejercito del fin del mundo, para él, el peligro era una profesión en la que había alcanzado el mas alto grado de educación.

Los oscuros ojos del jinete se posaron en un grupo de puntos brillantes que titilaban cerca al mar, y en ese momento, un graznido corto y fuerte brotó del pico de la bestia que montaba.

-    Lo se “Espectro”- dijo el jinete a su montura tratando de que el viento no se llevara su voz, al tiempo que palmeaba el cuello del animal con cariño. – yo también la he visto, será mejor que aterricemos lejos de los muros si no queremos que nos vean los guardias.-

El grifo descendió en círculos cerrados a varios cientos de metros de las murallas de Ruzadâr, capital del ducado de Zamraphel, una tierra asolada por el hambre, la pobreza, y la mala suerte de tener por señor, a un fanático adorador de oscuros demonios. Warshack desmontó del animal, retiró la alforja que este llevaba en la grupa, y empuñando la mano derecha, apuntó el anillo que portaba, contra la noble bestia que lo había traído hasta aquí.

-       Espectro – fue la única palabra que abandonó la garganta del licántropo, antes de que el fogonazo de un rayo, regresara a la alada montura, adentro del anillo mágico que la contenía. Acarició la joya durante unos momentos, recordando aquella aventura del asalto a la garra del diablo, donde la orden de los caballeros del grifo le habían otorgado esa bestia, para hacerlo miembro honorario en agradecimiento por su ayuda.

Agachándose tras unas dunas, Warshack revisó el equipo que traía en las alforjas, ajustó sus armas, perfectamente ocultas, y repasó el contenido del cinturón de múltiples bolsillos que llevaba, para asegurarse de que se encontrara en perfecto estado, apretó los cierres de un grueso brazalete metálico en su brazo derecho, y por ultimo, cubrió su cuerpo con una amplia túnica, típica de la gente del desierto. Solo entonces, se dirigió hacia la ciudad.

Cruzar las defensas externas de Ruzadâr había sido un juego de niños, las murallas no tenían mas de cuatro metros de altura, y presentaban tantos lugares ocultos a sus propios defensores, que bien podía dar cobijo a una patrulla de invasores. De no ser por que para llegar a la ciudad, había que conocer el desierto que la rodeaba, y que la tierra del ducado no tentaría a nadie, habría sido una presa fácil. El licántropo avanzaba con cuidado por las estrechas callejuelas de la ciudad que rodeaban el palacio del duque de Zamraphel, memorizando cada detalle que podía observar sobre la misteriosa fortaleza que debía asaltar. Había descubierto un lugar en donde los callejones tocaban la muralla exterior del castillo; de manufacturación muy diferente a las endebles defensas de la ciudad, tal vez producto de épocas anteriores, con tecnología más avanzada, cuando vio abrirse una pequeña poterna para dar salida a un grupo de diez o doce muchachas, todas muy jóvenes, y de modestos vestidos que con dificultad cubrían sus encantos. Las jovencitas se veían algo cansadas, pero reían con picardía entre ellas, y un sin numero de comentarios y susurros parecía envolverlas al andar. Warshack, oculto entre las sombras de una esquina, observó al grupo contar unas pocas monedas mientras se dirigían a un portal, sobre el cual se asomaba una tabla de madera en la que habían dibujado un jarro de cerveza, una idea cruzó la mente del ladrón, cual rayo que ilumina la oscuridad de una noche tormentosa, y mientras esta se hacia mas clara, se dirigió al mismo lugar que las muchachas.

*  *  *

Daghnes se retorció en el lecho cual gata desperezándose, jamás pensó en contar con tanta suerte; ella, que durante los mas tiernos años de su adolescencia, solo había servido como cortesana de segunda clase para los invitados del duque, había visto con el correr de los tiempos como su posición en el palacio se hacia cada vez mas baja, hasta alcanzar el actual rango de criada al mismo tiempo que veía como los pocos hombres que alguna vez se habían interesado en ella, se alejaban de su camino. Ahora, cuando su edad casi besaba el tercer decenio,  se hallaba convencida de que terminaría sus días como la aburrida y arruinada esposa de algún criado de establos, o en el mejor de los casos, de un soldado vigilante de la mazmorra a quien jamás vería. Pero en las ultimas veinticuatro horas, el panorama de su vida había cambiado totalmente, en la posada que frecuentaba con sus amigas, había conocido a un hombre rico, él le había dicho que era mercader, y que poseía varias caravanas que deseaban comerciar con el duque, había pagado todos sus gastos y los de sus amigas esa noche, la había llevado a comer a sitios en los que ella jamás había entrado, con platillos tan costosos que no habría podido pagarlos ni con tres meses de salario, le había regalado una hermosa pulsera de oro, y por ultimo, la había invitado a subir con él a su habitación, en donde el sujeto, quien además era atlético y atractivo, con una piel morena curtida por el sol, había demostrado poseer la fuerza como amante de un animal salvaje.

La muchacha, una hermosa pelirroja de ojos almendrados cuyo cuerpo ya empezaba a mostrar señales de los años de descuido e intensa labor,  sonrió en el lecho mas blando que había probado en su vida, tomó algunas frutas de la bandeja que el había dejado junto a la cama, y soñó con su nueva posición en la ciudad, una vez que su nuevo amante estableciera su compañía de comercio en el ducado, y con ella a su lado, la ingresara a nuevos espacios sociales. Había pasado junto a su nuevo amor tan solo un día y una noche, y ahora, cuando había anochecido nuevamente, el había salido a una reunión de negocios. Daghnes aun recordaba el momento en que se despidió:

-   Será mejor que duermas preciosa. – le dijo desde el marco de la puerta con aquella voz gruesa y profunda que la enloquecía. – no creo desocuparme hasta bien entrada la madrugada.-

Así, recordando las maravillosas horas vividas junto a su amado, horas en las cuales ella se había sentido el centro de atención, mientras hablaba y hablaba sin parar sobre su trabajo en el castillo, sobre su rutina y la de todos los que habitaban la fortaleza, sobre la disposición de las habitaciones y los horarios de la guardia, Daghnes se durmió con una sonrisa en los labios, y soñó con su amado, el cual a esas hora se deambulaba con sigilo entre las callejuelas de la ciudad, completamente vestido de negro.

*  *  *
Warshack se movía como una sombra, como un espíritu de otros tiempos que buscaba entre los sitios más oscuros, aquello que le ayudaría a  encontrar el descanso eterno. Si los datos de Daghnes eran ciertos, el lado oeste de la muralla del castillo, se encontraría mas cerca de su objetivo, era por esa razón, que se encontraba allí, pegado al muro exterior de la fortaleza del duque de Zamraphel, la cual había observado con atención durante la pasada hora, lo suficiente para determinar que ese sector, solo era protegido por una patrulla de diez hombres y dos perros guardianes.

El licántropo retiró dos pequeños frascos de cierto grosor de uno de los bolsillos de su cinturón, lentamente retiró las tapas, y se dedicó a esparcir la mezcla de pólvora y pimienta en un área considerable, para confundir el olfato de los vigilantes mas capaces de la patrulla, luego se dedicó a esperarlos oculto entre las sombras que proyectaba un zaguán cercano.

Mientras pasaban los minutos, Warshack liberó lentamente, su bestia interna, fue una liberación lenta y pequeña, solo un atisbo de libertad, lo suficiente como para que sus músculos y huesos se hicieran mas fuertes, mas resistentes, la mirada del ladrón se tiñó de un ligero tinte rojizo, y sus sentidos se agudizaron al extremo de percibir los olores de la patrulla que se acercaba, y al tiempo, permitirle escuchar sus cansinos pasos marcando el perímetro de la fortaleza que se disponía a violar.
La patrulla pasó junto al hombre lobo anunciando su paso con los molestos estornudos de los perros guardianes, quienes vieron bloqueado su olfato por la penetrante molestia de la pólvora y la pimienta, hecho sobre el cual, sus compañeros humanos, no parecieron percatarse. Warshack espero que doblaran un recodo, para liberar un poco mas a la bestia dentro de sí, lo cual trasformó sus manos en fuertes garras. Luego, con una rápida y silenciosa carrera hacia el muro, el ladrón saltó tres metros, y escaló rápidamente el resto hasta alcanzar su extremo superior, todo trascurrió en menos de tres segundos, y si algún testigo hubiera visto tal proeza, habría concluido con razón, que ningún humano habría podido hacer tal.

El ladrón se acostó sobre la parte superior de la muralla, para evitar que su silueta se recortara contra la poca luz nocturna que cubría el ambiente, y desde su escondite, observó el patio del castillo. Los lobos, al igual que los licántropos, y como la mayoría de los depredadores, pueden ver en la oscuridad, lo cual les permite localizar con facilidad a sus presas. Así fue como Warshack localizó al guardia que patrullaba aquel sector del patio, con suavidad se deslizó desde su posición, e hizo menos ruido al caer, que el que puede ocasionar un ninja muerto. El ladrón permaneció agachado para ofrecer menos superficie visible, esperó a que el guardia estuviera lo suficientemente cerca para actuar, y luego, con un rápido movimiento, saltó sobre él, al tiempo que pugnaba por controlar la bestia que se agitaba en su interior, y de un solo golpe le quebró el cuello. Rápidamente se apropió de la túnica y el casco del extinto soldado, a donde se dirigiera el guardián, no los necesitaría, en cambio serian herramientas invaluables para que el licántropo ocultara su identidad.

Si alguno de los vigilantes que patrullaban el patio interno de la fortaleza notó algo extraño en el guardia que caminó hasta las columnas bajo el balcón del salón de eventos, no dijo nada. El sujeto llegó hasta aquel sitio medio sumido en las sombras con el cansino caminar de quien hace el  mismo recorrido por novena vez en la misma noche. Se situó justo entre las columnas, estiró los brazos como queriendo tumbar al sueño del trono que había ocupado sobre sus hombros, revisó a lado y lado que nadie estuviera observándolo, y luego, con un salto mas propio de bestia que de hombre, cubrió los primeros tres metros que lo separaban del borde del piso superior, para el resto de la distancia, solo le bastó apoyar manos y piernas en la columna mas cercana durante medio segundo, y catapultarse a si mismo hasta el borde de la terraza.

Una vez en el balcón, Warshack no tardó en introducirse a los salones del palacio. Su mente había bosquejado un mapa digno de cualquier arquitecto enano de las minas de Khalig-Zúd con base en la información que le había extraído a la hermosa Daghnes, poseía además, datos mas relevantes sobre las patrullas de los guardias, su horario y ubicación. Todo esto, sumado al disfraz robado en el patio, y a su prodigiosa habilidad para moverse en silencio y mantener sus rasgos cubiertos por las sombras, lo convertían en un fantasma capaz de deambular por las habitaciones de la fortaleza como si hubiese habitado allí por cientos de años, sorteando a los vigilantes de esta como si fuesen niños ciegos y sordos buscando atrapar a un espectro.

No había trascurrido mas de una hora desde el momento en que ingresara a la fortaleza, cuando divisó su objetivo a través de uno de los ventanales del salón de audiencias del duque de Zamraphel; se trataba de una alta y angosta torreta sin ventanas, conectada al resto del complejo por medio de un estrecho puente de arco hecho de piedra sobre el cual montaba guardia una aguerrida patrulla de seis poderosos minotauros armados con hachas de batalla. No era la primera vez que el licántropo se enfrentaba a seres como aquellos, en su juventud había tenido un combate a muerte contra un minotauro, que casi lo había marcado profundamente, pero ahora las cosas eran distintas; él era un guerrero entrenado, poseía disciplina, táctica y habilidad, a demás la situación favorecía su cuerpo ágil y veloz sobre los musculosos pero lentos hombres toro.

Warshack no perdió tiempo intentando evitar a los minotauros, o buscando un truco en su cinturón de bolsillos para despistarlos, él sabia que si esos sujetos eran la defensa externa de la torreta, era por que habían demostrado con creces su capacidad, solo se presentó ante el comienzo del puente de piedra, y permitió que los minotauros lo vieran, esperó a que pasaran los primeros instantes de duda, percibió cuando sus enemigos se pusieron en guardia, e incluso se forzó a tener paciencia durante la primera fracción de segundo en que los hombres toro levantaron las hachas y cargaron en su contra, solo entonces liberó parcialmente al lobo dentro de sí, no fue una liberación total, pero fue lo suficiente para que su cuerpo se incrementara en tamaño y fuerza, poderosas garras crecieran en sus manos, fieros colmillos asomaran en su boca, y una furia asesina embargara su cuerpo y mente.

Corrió tres largos pasos hacia sus contrincantes al tiempo que sentía como su lobo interior se desesperaba por salir y destrozar a los enemigos, en ese momento, tensó sus musculosas piernas y se catapultó al aire, en un salto que dibujó una amplia curva hacia el centro de la formación minotauro que marchaba en su contra, y terminó en un suave aterrizaje, posterior a un mortal simple para estabilizar el cuerpo. La estrategia de Warshack  logró confundir a los guardianes de la torre durante un par de segundos, y mientras los hombres toro de mas de dos metros de altura intentaban comprender en que momento había perdido efectividad su formación cerrada, un remolino de garras y colmillos arremetía en contra de la pareja minotauro que cuidaba la retaguardia, abriéndoles heridas mortales en pecho y garganta.

Los minotauros que iniciaban la carga giraron contra su agresor con las hachas levantadas solo para encontrarse de frente y muy cerca de dos compañeros que intentaban retroceder para ganar el espacio que sus armas requerían con el fin de detener el dantesco espectáculo de los guardianes que el licántropo destrozaba con sus garras.  Pero ya el hombre lobo cargaba contra ellos, haciendo que el estrecho puente resultase un espacio  insuficiente para la reunión que gestaban los dioses de la guerra y la muerte. La carga de Warshack lo llevó a golpear con fuerza el pecho del minotauro más próximo a su derecha, lo cual arrojó al gigantesco guardián sobre el borde de la estrecha plataforma hacia el vacío, donde la muerte le puso cita algunos cientos de metros mas abajo. El agudo filo del hacha de su contrincante mas próximo a su izquierda describió un circulo cerrado y mordió con furia el hombro del licántropo, pero esto solo enfureció mas a Warshack, quien aprovechando el asta del arma enemiga a modo de palanca, levantó al minotauro sobre su cabeza y lo arrojó al vacío en el tiempo en que el corazón tarda en latir dos veces. Sus reflejos de lobo le hicieron saltar hacia atrás solo una fracción de segundo antes de que las hojas de acero de los hombres toro golpearan el suelo en el mismo lugar donde se encontraba, el ataque habría sido mas que suficiente para partirlo en dos, y aunque eso no necesariamente signifique la muerte para un licántropo, sin lugar a dudas lo seria para la misión que le debía realizar.

Warshack no esperó a que sus enemigos reorganizaran su guardia, el hombre lobo retrocedió rápidamente en busca de la seguridad que representaba el espacio entre su cuerpo y las armas de los centinelas.

-    No me importa que clase de ser seas, - susurró el minotauro mas próximo al hombre lobo. – no sufrirás mucho, mi hermano y yo somos las hachas más rápidas de todo el ducado.

El licántropo examinó la posición de sus rivales en el puente al tiempo que una sonrisa macabra se dibujaba en su rostro; se encontraban lado a lado, uno de ellos un par de metros mas adelantado que el otro, aquello le recordaba una antigua leyenda oriental que le había contado su maestro, y este le parecía el momento apropiado para determinar cuanto había de cierto en ella. Warshack mostró sus garras y colmillos en un reto visual hacia sus enemigos para aumentar la tensión en el ambiente, y cuando esta se hizo insoportable, saltó hacia sus enemigos con toda la fuerza que podían lograr sus piernas.

El hombre lobo saltó con el cuerpo extendido a través del pequeño espacio que quedaba entre sus enemigos, y estos intentaron darle alcance con sus hachas; el que se hallaba mas adelantado obligó a su arma a describir un arco horizontal de izquierda a derecha, buscando golpear a su blanco en la espalda, pero al ser el licántropo mas rápido, su golpe terminó en el vientre del otro minotauro, solo milésimas de segundos antes de que el hacha de este descargara un pesado y certero golpe en la cabeza de su compañero. Warshack rodó sobre el puente al aterrizar, se levantó con la velocidad con que ataca una serpiente de dos cabezas, y giró para encarar a sus atacantes, pero para entonces, estos ya estaban muertos. La leyenda que le había contado Ian Dalton hablaba sobre como un señor feudal organizó un duelo para determinar cual de los dos guerreros mas rápidos del reino era el mejor para encomendarle una peligrosa misión, el duelo acabó en la muerte de ambos héroes, dejando al señor sin campeón.

La herida en el hombro comenzaba su rápido proceso de regeneración cuando warshack ingresó en la torre con todos sus sentidos excitados, por lo que se vio obligado a detenerse y forzar al lobo interno a replegarse en su interior, en ocasiones, la percepción extrema de su parte animal podía llegar a enceguecer la razón, situación nada práctica en esos momentos. Frente a él se encontraba un estrecho pasillo de dos metros de largo, que terminaba un las sinuosas escaleras de caracol que ascendían hasta la terraza superior. Warshack se dirigió hacia las escaleras con la determinación que lo caracterizaba, solo para sentir su cuerpo caer al vacío cuando el suelo cedió bajo sus pies, afortunadamente, alcanzó a impulsarse hacia delante y afianzar sus manos en el borde del foso para evitar su caída, izarse fuera de la trampa le tomó solo un par de segundos, pero tardó mas de medio minuto en sobreponerse a la imagen del fondo de esta, donde una multitud de filosos picos de hierro se levantaba hacia él, en medio de las gigantescas ratas que deambulaban listas a alimentarse de cualquier cadáver destrozado por la trampa. Mientras cerraba los ojos y pensaba que de nada le habría servido su licantropía si su cuerpo quedaba destrozado y dividido en los estómagos de las ratas. El hombre lobo subió las escaleras con sumo sigilo y mayor cuidado.

En la parte superior de la torre se alzaba una serie de columnas que corrían paralelas formando un sendero hasta llegar a un altar de piedra, tras el cual, una estatua de bronce representando aun ser demoníaco con alas de reptil, cuernos y colmillos dominaba la escena con sombría mirada. Frente a este demonio metálico, sobre el altar, Warshack divisó el pergamino que había desencadenado su viaje.

El hombre lobo dio un paso en dirección al altar de piedra antes de que todos sus sentidos se dispararan en un frenesí de advertencias; para nadie es un secreto que ciertos animales pueden intuir el peligro de forma sobrenatural, y el licántropo comparte esa habilidad, por lo que observó con detalle todo cuanto lo rodeaba. El cielo se había despejado, y la atmósfera en la terraza de aquella torre parecía conjurar peligros desconocidos.

-      Esto es demasiado fácil, - murmuro el licántropo para si mismo – es como si el mismo demonio de bronce me ofreciera el pergamino, o me retara a tomarlo frente a él.-

Luego de considerar la situación por algunos segundos, Warshack extrajo de su cinturón cuatro pesadas esferas de acero, muy útiles para derribar a un hombre a distancia o como distractores sonoros, y las arrojó sobre el sendero que llevaba hacia el altar. En cuanto las esferas tocaron el suelo, una rápida sucesión de rayos luminosos emergió de los ojos de la demoníaca estatua, convirtiendo las esferas en pequeños charcos de metal liquido. El licántropo casi rió por lo predecible de la trampa, y tomando dos pasos de impulso saltó hacia la primera de las columnas del lado derecho, con un giro en el aire logró que sus piernas, actuando como resortes, lo impulsaran hasta la siguiente columna del lado izquierdo, donde repitió la operación para ir a aterrizar sobre la cabeza del demonio.

Una vez allí, apunto con su brazo derecho hacia el pergamino, y con un ligero movimiento de muñeca, el brazalete metálico disparó una aguda punta de acero celestial, el metal mas duro del mundo, atada a un delgado cable de acero que atravesó el pergamino plegado. Se trataba de uno de los inventos mas perseguidos en el mundo; se les llamaba brazaletes arpón, habían sido creados por un grupo de ingenieros enanos como herramienta para los mineros que debían bajar a los pozos de trabajo más profundos, y eran un mecanismo de seguridad soberbio, dentro del brazalete, un pequeño complejo de resortes del mismo metal que la punta, recogía el cable levantando al portador del brazalete fuera de cualquier peligro de derrumbes.

Los mineros apreciaron mucho este artilugio, pero los ladrones le hallaron mas funciones; como Warshack, quien pensó que al Sr. Winston no le importaría recibir el documento un poco agujereado, con tal de tenerlo en sus manos.  Con otro movimiento de muñeca, el cable se replegó dentro del brazalete, trayendo consigo el tratado de paz entre las casas de Lendal y Brizho, el hombre lobo lo retiró del pequeño arpón y le dedicó una ligera mirada, no era nada especial, un documento de estado con el escudo de ambos ducados, sellado con lacre verde. Se disponía a guardarlo y huir cuando escucho los aplausos con aquella lenta cadencia.

-       Muy impresionante, se ve que eres de lo mejor. – quien hablaba era una hermosa mujer, se veía que no hacia mucho que había dejado la infancia, su cabello era rubio y su piel de porcelana, su cuerpo apenas era cubierto por una túnica roja, que a pesar de ser larga y amplia, tenía extensas aberturas a los costados para exhibir las formas de su portadora. – Debes ser un ladrón muy intrépido para atreverte a entrar a la fortaleza de mi padre, cuando reciba tu cabeza al amanecer se sentirá orgulloso de su hija.-

La muchacha levantó ambos brazos y empezó a entonar un cántico lúgubre, pero lo que fuera que pretendía conseguir con su magia, era demasiado tardío para un ladrón experto; Warshack extrajo de su cinturón un pequeño shuriken, una afilada estrella de metal, y la arrojó contra el muslo de la joven, no era su intención matarla, solo pretendía interrumpir su conjuro y dejarla fuera de combate, objetivo que consiguió cuando la estrella hirió a la muchacha. Rhina, que era el nombre de la joven, se llenó de ira cuando sintió que perdía la concentración, pero esta se trasformó en pánico al ver al ladrón saltar hacia ella, con desespero busco entre las mangas de su túnica un pequeño filtro de vidrio, y lo lanzó al intruso cuando este se encontraba a solo dos pasos de atraparla. El filtro explotó con una llamarada de fuego verde que arrojó al ladrón un par de metros hacia atrás, y chamuscó ligeramente sus ropas. Aquella explosión habría sido más que suficiente para dejar fuera de combate a cualquier hombre por unas horas, pero Warshack no era un hombre, cuando Rhina se acercó para examinar a su rival, el licántropo aprovechó su descuido y desde el suelo, lanzó una veloz patada al mentón de la joven, dejándola sin sentido.

El experto ladrón se incorporó, dispuesto a recoger el pergamino que la explosión había arrebatado de sus manos, y huir de la fortaleza enemiga antes de que los guardias vinieran a inspeccionar a que se debía tanto alboroto, pero para su desgracia, descubrió que el importantísimo documento se hallaba convertido en un amasijo de cenizas, al parecer, durante el fogonazo, las llamas lo habían alcanzado. La misión había fracasado.

-       No te irás sin darme la cortesía de un combate, cierto.- la voz vino de su espalda, y cuando el hombre lobo la encaró, encontró a un sujeto alto y fornido, vestido únicamente con un taparrabo de tela de color rojo, y un turbante del mismo color que cubría sus facciones. – Es lo menos que espero de un colega.-
-       ¡El ladrón del la cofradía del velo rojo!, no me iría sin devolverte la atención que le diste a los soldados de Lendal.- respondió al tiempo que intentaba calcular cuanto tardarían los guardias del palacio en llegar hasta allí.

Los dos ladrones giraron en el poco espacio disponible midiendo el alcance de su adversario, lo que siguió fue una verdadera cascada de ataques, defensas, contra defensas y contra ataques como ningún maestro de artes marciales podría explicar. Ambos combatientes eran expertos en múltiples estilos, y cambiaban de uno a otro buscando confundir a su adversario, el sujeto del turbante atacaba el rostro de Warshack con golpes de serpiente, avanzaba con garras de tigre, alejaba a su contrincante con repetidas patadas circulares con ambas piernas, e intentaba atraparlo en poderosas coses saltando, pero el licántropo poseía el entrenamiento de uno de los mas grandes maestros del mundo, evitaba a su enemigo con los giros del mono, atacaba desde el suelo con patadas giratorias, realizaba agarres e inmovilizaciones a brazos y piernas, y a veces, peleaba sucio lanzando cortos ganchos a los riñones y rodillazos a los testículos. Más que una lucha parecía una coreografía entre dos bailarines, con la diferencia de que ninguno meditaba sobre sus movimientos o los del contrario, solo reaccionaban por reflejo.

Después de algunos momentos, Warshack pareció entrever un cierto patrón en los golpes que lanzaba su oponente, y sin medir mayores riesgos se arriesgo a anticiparse a la patada lateral que lanzaría el hombre del turbante; giró su cuerpo dándole la espalda a su rival y al tiempo ingresando en su guardia, y cuando este lanzo la patada, la pierna pasó rozando el costado del hombre lobo, oportunidad que este aprovechó para atraparla con un brazo, y golpear la rodilla con el codo del otro. No esperó a que su contrincante se recuperara del dolor, lanzo repetidos codazos a las costillas y al cuello de este, atrapó su cabeza y lo arrojó sobre su cuerpo, donde terminó el combate con una patada al pecho del hombre que yacía sin sentido.
Antes de huir, Warshack se tomo algunos instantes para asegurarse una ultima victoria psicológica sobre sus rivales, después de eso invocó a su grifo, y voló de regreso al ducado de Lendal.

Cuando las primeras luces del alba iluminaron aquella torre, sorprendieron al ladrón del turbante y a la hija del duque desnudos, atados de pies y manos, y colgando a varios cientos de metros, de las almenas de aquel templo.

*  *  *
Dos niveles bajo la superficie empedrada de la calle, en una oficina fuertemente iluminada por globos de luz mágica, donde una multitud de informes, proyecciones, estadísticas, y otros documentos menos mundanos amenazaba con sofocar el poco espacio libre que quedaba en la superficie del enorme escritorio de ébano, el anciano de largas patillas y poblado bigote que se esforzaba en mantener unido el ducado frente a la multitud de carroñeros que buscaba arrebatárselo al joven duque, escuchaba los últimos detalles de la fallida operación. Frente a él, del otro lado del escritorio, se hallaba un individuo de estatura mediana, vestido con pantalones negros y botas altas de montar, y una amplia gabardina de color café claro ajustada a la cintura; llevaba la abundante cabellera peinada hacia atrás, y su rostro de facciones fuertes evidenciaba una ligera sombra de barba.

-     Es una verdadera lastima que se perdiera aquel tratado, general. – afirmó el Sr. Winston. – pero dado que logró tenerlo en sus manos, ¿no recordará por ventura de que color era el lacre que lo sellaba?-

La pregunta dejó fuera de base al licántropo; dadas las circunstancias, y ante la inminencia de un conflicto con los duques de Brizho, la ultima de las preocupaciones del ministro secreto del duque, debía ser el color del sello de lacre. Aun así, la infalible memoria del hombre lobo reaccionó de forma refleja.

-        Verde, podría poner mi vida en juego por asegurarlo, era verde.-
-    Muchas gracias general, una vez mas, acaba usted de salvar al duque, alguien debería buscar un cronista que reseñara todas sus glorias por escrito, para que en un futuro, la gente sepa de los grandes sacrificios que usted realizó por este reino. – Recitó el anciano al tiempo que extraía un documento de uno de los cajones del escritorio, le dedicó una ojeada por medio segundo y luego lo giró para permitir que Warshack lo detallara. Cuando la sorpresa en el rostro del licántropo fue más que evidente, el viejo ministro dobló el documento con delicadeza, y estampó el sello de Lendal con lacre verde, luego extrajo del mismo cajón un pequeño sello de oro, y lo afirmó contra la pasta, dejando en ella el escudo de la casa de Brizho.
-       Usted pudo hacerlo desde el principio, ¿por que entonces el teatro en el bosque?, ¿por que la misión y el riesgo?, usted ya tenia una falsificación del tratado, tanto riesgo ¿solo para averiguar el color del sello?-
-    Tranquilo general. – respondió el ministro al ver como los ánimos del hombre lobo empezaban a caldearse. – Esto solo era una segunda opción, en caso de que algo saliera mal en su misión. Y demostró no estar de más, para cualquier entrometido, un operativo de Lendal recuperó el documento. Solo me preocupa un cabo suelto, ¿Qué será de la bella Daghnes una vez que todo se sepa?-
-     No le sucederá nada si sigue las instrucciones de mi nota, le dejé suficiente dinero para que escapara de ese lugar en la primera caravana, podrá hacerse una nueva vida en cualquier ciudad, comprar una posada, o alguna otra cosa.-

Una ligera sonrisa se dibujó en el rostro del anciano, lo que decían del licántropo era cierto, por muy duro que pareciera su exterior, en lo mas profundo, era blando. Si su oficina hubiera tenido ventanas, lo habría visto atravesar la plaza frente al palacio de gobierno mientras se alejaba, con las minúsculas gotas de lluvia golpeando su espalda, de regreso a lo profundo del bosque nebuloso, lejos de las oscuras callejuelas de la ciudad de Lorthath, ya lo llamarían de nuevo si volvían a necesitarlo.



Comentarios

Entradas populares